Historias de personas homosexuales: DAN - EL HOMBRE MUY ENFADADO



Domingo, 01 de febrero de 2009




FICHA 4.5

1. TEMA DE LA FICHA: SANAR LA HOMOSEXUALIDAD


2. OBJETIVOS A CONSEGUIR:

a. Conocer el proceso terapéutico desde las historias de casos
b. Contactarse con la propia historia desde experiencias de otros.

3. DOCUMENTO A TRABAJAR:

DOCUMENTO Nº. 4 HISTORIA DE CASOS DE LA TERAPIA REPARATIVA, de Joseph Nicolosi.

CAPÍTULO: 5. Dan: El hombre muy enfadado. 




Jennie, mi secretaria, llamó a la puerta. “Su cita de las seis está aquí.” La puerta estaba entreabierta y Jennie miraba por la rendija. “Este tío parece un poco… fuerte”, susurró.

Un minuto después, Jennie introdujo a Dan Prescott en mi despacho. Alto, musculoso, de unos 40 años, Dan entró pavoneándose en la habitación, dirigiéndome una inquietante y penetrante mirada con sus brillantes ojos castaños. Parecía un adolescente de los cincuenta, con sus tejanos azules ajustados y su camiseta blanca con las mangas recogidas sobre los bíceps. Nos dimos la mano y le señalé un asiento mientras me sentaba frente a él.

Casi antes de sentarse, Dan empezó: “Permítame darle una información básica. No deseo perder el tiempo. Después de todo, en el gabinete del comecocos el tiempo es dinero.” Su risa era cínica.

Se inclinó hacia atrás y habló con decisión: “Llevo tonteando en el ambiente gay desde los dieciséis años. He visto de todo. Me he metido drogas duras, toda clase de mierda, alcohol. Debo haber tenido sexo con cientos de chicos. Realmente, he jodido mi vida.”

Suspiró profundamente y bajó la mirada; su brusquedad se suavizó de repente. “He llegado a la conclusión de que no merece la pena.” Sacudió con tristeza la cabeza. “Es tanto dolor. La fugaz esperanza de conocer ese amigo especial, de encontrar esa relación para toda la vida…” Vaciló como si buscara a tientas. “Bueno, me doy cuenta de que no es posible.”

Se detuvo buscando en mí una respuesta. Al no recibir ninguna, continuó.

“Durante los últimos tres años me he esforzado mucho en estar sobrio y he tenido bastante éxito.” A pesar de sí mismo, los ojos de Dan mostraban un atisbo de orgullo. Obviamente, era difícil para él sentirse bien con respecto a cualquier logro personal.

“¿Y por qué has venido a mí ahora?”

“He oído lo que hace aquí”, gesticulaba por la habitación, “y pensé que podría ayudarme. Quiero dejar el sexo con chicos como he dejado las drogas y el alcohol. Para mí, el sexo con hombres es sólo otra adicción.”

Vaciló, luego añadió: “Pensaba que usted podría aconsejarme más que el ‘Simplemente di no’.” Por un momento se le escapó una sonrisa.

Poniéndose rápidamente serio otra vez continuó: “Quiero saber más sobre mí, conseguir más de mí mismo. Y quiero salir de esta continua… esta…, bueno, infelicidad.”

Mientras le hablaba, me daba cuenta de que Dan me miraba ardiendo de ira. De hecho, era uno de los hombres más hostiles que habían entrado en mi despacho. Dan siempre estaba irritable y siempre dispuesto a sentirse ofendido. Su ira estaba justo bajo la superficie, y parecía preparada para explotar en cualquier momento. Sin embargo, bajo la ira descubriría un miedo paralizante igualmente intenso que soportaba desde la niñez.

En tono de auto burla, Dan me dijo que trabajaba como “ayudante del ayudante de producción” de un programa de televisión para niños. Poco a poco fui escuchando la historia de su lucha con la adicción a las citas de una noche que había tenido en las librerías para adultos o en las calles de la parte oeste de Hollywood.

Con el tiempo aprendí que la ira de Dan servía de defensa frente a la vulnerabilidad necesaria para el contacto interpersonal auténtico. Observando su cuerpo en el asiento, descubrí que cuando Dan establecía una conexión emocional conmigo, aunque breve, cesaba inmediatamente su intranquilidad física. Su expresión verbal se volvía concentrada, increíblemente penetrante y lúcida. Para Dan la ira era una forma de loa exclusión defensiva. Mantenía a la gente apartada de él y le protegía de la herida que él siempre anticipaba.

Me dijo: “Estoy enfadado con mis amigos, mis jefes, cada uno de esos hijos de puta. Pero ninguno me jode tanto como mi madre. Visitarla durante dos minutos puede volverme completamente loco.” Se retorció con tensión en su asiento.

“Como el otro día. Ella siempre está diciendo que no voy lo suficiente. Tengo la llave de su casa, así que voy y hago mucho ruido. Ella se da la vuelta en el vestíbulo y salta (imita una voz femenina histérica y aguda), ‘¡Oh, Dios mío, eres tú!’ Se pone la mano en el pecho y chilla: ‘¿Por qué no decías nada?’ ¡Entonces, durante todo el tiempo que estoy allí, todo de lo que puede hablar es de lo que he hecho para tarar su sistema nervioso!”

“Siento que deseo largarme de allí. ¡La mujer no es, y siempre lo ha sido, sino un caso perdido de histeria!”

Recuperando la compostura, continuó: “Me doy cuenta de que es una mujer mayor, pero es tan típico precisamente de mi madre ese modo de actuar. Tengo la esperanza de que algún día deje de pensar tanto en sí misma, de ser tan histérica, y capte el mensaje.”

“¿Cuál es el mensaje?”, pregunté.

Atrapado por la pregunta, Dan se detuvo por un momento, y después dijo con acritud: “Que me vea… que piense en mí… que…”

“Que te reconozca”, dije asintiendo. Hablando por él, continué: “‘¡Mamá, soy yo, tu hijo! ¿Puedes olvidarte por un momento de tus nervios y recordar que es tu hijo el que está delante de ti?’ Puede que eso sea lo que te gustaría decirle.”

Dan asintió. Su expresión me decía que le había comprendido.

Tal como Dan describía su temprana infancia, estaba claro que su madre, en efecto, le había abandonado emocionalmente. Este temor al abandono le había dejado un vacío y una ira interiores que nada en su vida parecía apaciguar.

Dan dijo: “Hay un instrumento musical llamado el sitar hindú que toca una nota una y otra vez, la nota sruti.” Movió la cabeza. “Mi nota sruti es: ‘No consigo lo que las demás personas consiguen en la vida. Las relaciones no funcionan para mí’.”

“Esa misma frustración, ira, amargura y decepción están siempre bajo la superficie”, asentí. “Puedes abstraerte por un momento, conseguir cierto alivio, pero cuando la distracción termina, esa nota básica está todavía sonando ahí.”


A la semana siguiente Dan se lanzó al asiento y empezó directamente a dar rienda suelta a sus lamentos. Aunque todavía no había establecido una conexión emocional conmigo -de hecho, parecía ignorar a menudo lo que yo tenía que decir- no tenía problema en describir las cosas que le preocupaban.

“Desde que puedo recordar, siempre hubo una lucha poderosa entre mi padre y yo,” dijo, acompañando su afirmación con un puñetazo al aire. “La única ocasión que teníamos para relacionarnos era cuando peleábamos.”

“Con frecuencia ocurría en torno a la mesa del comedor, y esto se remonta a cuando yo iba con pañales. Por supuesto, yo no comía. Ésta era la gran lucha de poder entre nosotros. Él iba a hacerme comer y yo no iba a comer. Yo estaba allí, sentado a la mesa, durante lo que parecían horas. Se convertía en una batalla de voluntades -continuábamos durante largo tiempo, él gritando y yo llorando. Y, por supuesto, mi madre se ponía histérica, totalmente impotente.”

“¿Sobre qué crees que era la batalla?”, pregunté.

“Se trataba de algo más que de la comida, lo sé.” Movió su cabeza, incapaz de especular más allá.

Le presioné. “Sea lo que fuere debía ser muy importante. Imagina el gran coste emocional para un niño pequeño que seguramente debía estar hambriento.”

Dan se encogió de hombros con impotencia.

“Luchar con tu padre era algo de gran importancia.”

“Supongo.”

“Porque no estabas luchando sólo por testarudez. Luchabas por un aspecto vital de tu identidad -tu poder y autonomía. Una atención negativa era mejor que ninguna atención -era mejor tener a tu padre luchando contigo que ignorándote.”

Dan permaneció en silencio.

Continué: “Lo terrible es que la batalla se convertía en auto- derrota. Creías que ibas a conseguir autonomía, pero terminabas encerrándote en un modelo destructivo.”

Podía ver claramente que las luchas de Dan con su padre habían establecido un modelo duradero de relaciones masculinas hostiles. Su auto-derrota en el modo de relacionarse con los hombres era un intento retorcido de conseguir reconocimiento y atención masculinas. Las mujeres eran despreciadas como poco fiables, débiles y manipuladoras; los hombres eran vistos por él como apasionantes y fuertes, pero desesperadamente inalcanzables.

“¡Mi padre, mi padre! Pensar en el hombre me hace llorar. Nada más que un muñeco bocazas, empalagoso, gordo y grande. Me recuerda a Jackie Gleason. De buen corazón, pero imbécil. No tenía amigos, y la mitad de las veces ni siquiera quería niños a su alrededor -gritaba: ‘¡niñatos, cerrad vuestras malditas bocas, fuera de aquí!’ Justo delante de nosotros. ¡Qué cabrón! Era un hijo de puta. Le odiaba. ¿Puedes creer que cuando murió me dieron un retrato suyo? ¡No quiero ningún jodido retrato de ese hombre colgado en mi casa!”

En voz baja añadió: “sin embargo le echo de menos.”

“Hay ira, pero…”, dije.

“Sí.”

“Pero ira y amor.”

“Sí. Lo que constituye un conflicto amor-odio.”

“Convertido en odio a uno mismo,” añadí.

Hubo un largo silencio.

Repentinamente, Dad dijo: “En el trabajo está esa reina enfurecida llamada Tyrone y sólo mirarle me da nauseas. Me río y bromeo sobre él con otros tíos. Siempre hacemos del pobre bastardo chivo expiatorio, y digo cosas como ‘Mientras no me toque, ja, ja, ja.’ No me gusta que se me identifique con Tyrone, y no me gusta sentirme atraído por otros chicos, ser como él.”

“Pero lo soy,” añadió. “Y no me gusta masturbarme pensando en hombres. Estoy atrapado en esa mierda y quiero salir. Estoy frustrado y enfadado.”

“He tenido ya demasiados ‘¡Como me llames maricón te rompo los dientes!’ He tenido muchos enfados de esos.”

“Recuerda lo que representan esos sentimientos por los hombres,” dije. “Son esfuerzos comprensibles y naturales por conseguir amor y comprensión masculinas. Por supuesto que necesitas hombres ─nunca tuviste bastante amor de hombres cuando eras joven y vulnerable. Esos sentimientos están tratando de responder a una herida profunda.”

Dan no estaba dispuesto todavía a reconocer esas necesidades. Se rió, con su acostumbrado resoplido cínico, como si quisiera evitar cualquier simpatía o sentimentalismo hacia ese asunto.


Un mes más tarde, Dan relató un viejo recuerdo que consideraba de gran importancia. “Había un sótano”, me hablaba con nostalgia. “Todavía tengo sueños sobre el sótano. Teníamos una casa de campo a las afueras de Sioux City, abrías esa desvencijada puerta y dabas aquellos chirriantes pasos bajando hasta el oscuro suelo con olor a humedad. Mi padre escapaba del resto de nosotros y pasaba horas en su taller. Pero yo tenía prohibido ir allí -podría romper las herramientas o hacerme daño, me decía. De modo que me tumbaba boca abajo allí arriba y miraba hacia abajo, observando cómo trabajaba papá.”

“Lo que nunca olvidaré,” dijo Dan, “es el sentimiento de misterio sobre lo que estaba pasando ahí abajo. A veces mi padre permitía a mis dos hermanos que le ayudasen, y hablaban, trabajaban, reían. No era el misterio sobre lo que se hacía en el sótano… era el misterio total acerca de quién era papá, porque hasta el presente sigo sin entenderle.” Vaciló. “Ni siquiera estoy seguro de si le amo o le odio.”

“No te permitía entrar en el mundo de los hombres,” dije. “Nunca te enseñó a desarrollar tu identidad masculina.”

Volvió a resoplar. “Ese sótano está relacionado con papá. Cuando pienso en papá, pienso en el sótano.”

Dan continuó: “Si tuviera que pintar una imagen que representara toda mi niñez, debería ser la de espiar en la oscuridad a mi padre y mis hermanos. Si me sentía excluido del sótano, sé que me sentía mucho más excluido en otros sentidos. Recuerdo que un domingo por la mañana mi hermano Dick me llamó. ‘¿Adivinas lo que papá está haciendo aquí abajo?’ Respondí, ‘¿Qué?’ Pero me estaba tomando el pelo. Nunca me respondió.”

Pensó por un momento, luego añadió: “Creo que así es como me siento sobre los hombres.”

¿Cuántas veces he oído también a mis clientes homosexuales describir a los hombres como misterios? Como el padre y los hermanos de Dan trabajando en el sótano, los hombres son emocionantes e incognoscibles. La curiosidad natural de un muchacho y su sana necesidad de conocer a otros hombres, cuando es frustrada en la infancia, se erotiza más tarde.

Con el paso de los meses, comencé a ver un lado vulnerable de Dan que había estado profundamente oculto en el interior del hombre fanfarrón y enfurecido que entró al principio en mi despacho. Pronto llegó a ser normal que Dan llorara durante las sesiones.

Nuestro trabajo sacó a la luz muchos recuerdos dolorosos reprimidos sobre su padre. Durante una sesión Dan se levantó de su asiento e, imitando a su padre, se encaró directamente conmigo. “No te creas que puedes hacerme frente. ¡No eres nada!”

Se rebajó otra vez: “¡No eres nada!”, haciéndome un gesto con el meñique, “eres así de grande. ¡No te creas que podrás luchar alguna vez conmigo!”

Dejándose caer sobre el asiento, continuó: “Recuerdo que, no debía tener más que 4 o 5 años, armé un escándalo por algo y él gritó: “‘¿No te gusta cómo hacemos las cosas? ¿Las cosas no te parecen bien? ¡Vete! ¡Vete de mi casa, niño!’.”

Me miró, los ojos como platos, con una expresión atónita, en blanco. Por un momento la ira desapareció y allí estaba la cara de un niño pequeño, lleno de terror paralizante. Pude ver que Dan -el enfadado, frío y tenso Dan- se había asustado de su corazón.

El padre de Dan pertenecía a esa pequeña minoría de padres que son explícitamente punitivos, incluso crueles. Padres como el de Dan parecen necesitar un muchacho pequeño para que sea la figura masculina débil a la que puedan intimidar para aumentar su propio sentido de poder. La mayoría de los padres de mis clientes no eran tan hostiles como inadecuados, pasivos o emocionalmente distantes. Muchas de estas características de los padres fueron demostradas en el estudio clásico de casos del psiquiatra Irving Bieber.

“A veces mi padre intentaba ayudarme con los deberes. Me decía que me sentara en la mesa de la cocina y me quedara trabajando hasta que encontrara la solución. Yo lloraba, pero él seguía pinchándome. ‘Cállate y piensa, resolverás el problema’ ¡Esa era su manera de ayudarme!”

Hubo una gran pausa. “Realmente odiaba a ese hombre.” La voz de Dan era sorprendentemente áspera. Durante un largo tiempo estuvo sentado en silencio. “Oh, ¿pero por qué no puedo hablar sobre mi padre?”

Junto a ataques traumáticos ocasionales de su padre, Dan describía un continuo abandono cotidiano tanto del padre como de la madre. Como muchos de mis clientes, Dan sentía que no había sido tomado en serio. En una sesión dijo: “Nunca sentí que mi yo real importara. No creo que ni mi padre ni mi madre realmente me conocieran. Incluso daban la vuelta a mis sentimientos y los malinterpretaban.” En estas palabras atisbé la causa última de la falta de identidad que tantas veces se encuentra en la condición homosexual. Este sentido de no ser tomado en serio es el fundamento del falso yo visto tan a menudo en el homosexual.

“Joe, ¿se acuerda de los sesenta, cuando llevábamos esos cortes de pelo con las nucas cuadradas, rectas y no en punta?”

Asentí.

“Cuando tenía 13 años, le dije al barbero que me dejara la nuca cuadrada. Imagino que estaba tratando de parecer guay o algo así. Cuando fui a casa mi madre empezó a gritar: ‘¡Qué disgusto! ¿Quién te crees que eres? ¿Un matón?’ Me hizo volver al barbero y, delante de todos, pidió que me arreglaran en punta.” Resopló. “Fue una de las experiencias más humillantes de mi vida. De hecho, Joe, nunca he sido capaz de encontrarme otra vez con ese barbero.”

Dan continuó: “Nunca sentí que se me escuchara o comprendiera, y creo que ese sentimiento va todavía conmigo. En las reuniones semanales de estudio, puedo sentirme a menudo muy acelerado, melodramático hasta cierto punto. Acabo exagerando para conseguir reconocimiento. Me siento como si estuviera luchando para que la gente me escuchara.”

Asentí. “Siempre sentiste que tus opiniones, juicios y decisiones eran infravaloradas o ignoradas.”

El doctor van den Aardweg ha observado que el homosexual a menudo tiene tendencia a la sobre-dramatización. El miedo a no tener ningún impacto puede explicar también las características exageradas y fuera de la norma de la conducta y que son observadas tan frecuentemente en la cultura gay. Desfiles, protestas y manifestaciones por los derechos gays -organizadas como una defensa contra el no ser escuchado- se presentan a menudo de un modo carnavalesco, estrambótico y teatral. Alguien observó escuetamente: “Los gay son como las demás personas, sólo que más así.”

Como tantos chicos prehomosexuales, Dan había desarrollado durante su infancia el falso yo estereotipado del chico bueno acomodaticio y educado. Su comportamiento sumiso, sin embargo, se hacía añicos con sus arrebatos de ira. Este lado de “niño problema” de su personalidad era tan falso como la fachada de niño bueno, puesto que también era un papel creado a partir de la estructura familiar disfuncional. Estos arrebatos hostiles se alternaban con largos períodos de introversión pacífica siempre que experimentaba el mismo sentido de abandono y de no ser escuchado, como tantos otros niños prehomosexuales.

Estos chicos oscilan entre la cólera y la desesperación callada, habiendo eliminado su verdadera naturaleza alegre, receptiva y espontánea. Al considerar esta muerte de su verdadera naturaleza, pude sentir la cólera del pequeño Dan en su trona y pude entender su rechazo a tomarse la comida.


Conforme avanzaban los meses y Dan crecía en paz y auto comprensión, llegó a entender algunos factores que habían motivado su conducta. Vio su ira como una tapadera del miedo al profundo abandono que provenía de su temprana relación con su madre. Preocupada por sus propias ansiedades y obsesiones, había rechazado patéticamente a Dan.

Mientras que el fondo para los profundos problemas de carácter de Dan había sido creado por su madre, su padre fue responsable de disponer el escenario para sus deseos eróticos hacia los varones. Las atracciones homosexuales que Dan desarrolló en la madurez eran un intento de llenar el vacío entre él y otros varones, que habían sido simbolizados por el sótano.

Dan decía: “Miro hacia atrás y veo que mi homosexualidad viene de un deseo de pertenecer al grupo de los varones, de estar conectado. Al principio, no era sexo en absoluto lo que buscaba.”

Vacilaba, luchando por expresar con palabras un recuerdo importante. “Cuando estaba todavía en el instituto, recuerdo que quise hacer amistad con ese tío, Jerry. Pero él no quería ser mi amigo. Así de simple. (Su voz aumentó en frustración). ¡Pero fue un puro infierno! Eso fue ese increíble aislamiento. Lo solté un día -se lo dije: ‘¡Tío, me siento sexualmente atraído por ti!’ Yo estaba llorando. Vuelvo ahora sobre todo aquello y le veo como un tío atractivo con el que quería hacer amistad -pero no sabía cómo ser sólo amigos, sin el aspecto sexual.” Dan tenía los ojos como platos mientras hablaba, con una expresión de impotencia.

Asentí sin decir nada.

“Mirando atrás”, dijo, “me doy cuenta de que tener sexo con tíos era un modo de llenar un vacío. El sexo era una catarsis emocional. Necesitaba tener sexo para expresar un sentimiento con un tío, aunque durara sólo un momento.

“¡Necesito agarrarme a eso!”, continuó Dan, con desesperación en su voz. “Ansío tan profundamente ese contacto. La necesidad continúa hasta hoy en día. Durante mucho, mucho tiempo no fue sexual. Sólo quería, ya sabes…, apretujar al tío.”

Continuó: “Pocos meses después de dejar el instituto, encontré a un tío en un bar. Yo estaba colocado y, después de que tuvimos sexo, empecé a llorar y a hablarle de Jerry. (Se rió.) Asusté al tío, que debió pensar ‘¡Uf, me he ligado a un tío raro!’ No volví a ver más al tío -probablemente se alegró de librarse de mí-, pero salí aliviado, ya que por fin había alcanzado un sentimiento profundo.

“La herida, el dolor interior…”, continuó Dan, “siempre estoy queriendo mostrárselos a alguien, sacarlos de mí. Pero cuando encuentro a alguien que pudiera sacarme el dolor” -su frustración acentuaba cada palabra-, “¡No-puedo-dejarlo-salir-de-mí!”

“Siempre me aburre la gente”, continuó, retorciéndose en su asiento con tensión. “Siempre me he sentido aburrido e inquieto en mi vida, desde que era pequeño. Incluso cuando estaba con un tío que me atraía, terminaba sintiendo este aburrimiento, como si matara el tiempo hasta que el tío realmente excitante viniera a reemplazarle.” Se detuvo. “Pero ahora sé que no existe ese tío. Todo ha sido un sueño imposible.”

“Te sientes vacío, inquieto”, dije.

“Y entonces huyo de eso.”

“¿Cómo huyes de eso?”

“Las adicciones usuales ─drogas, alcohol, ligar con tíos.” Pensó por un instante, luego añadió: “Y en las escasas ocasiones en las que he pasado unas pocas semanas con un tío, me he metido en una relación dependiente y destructiva. Cuanto más conseguía, más deseaba -nunca es suficiente.”

“Porque se trataba de algo equivocado.”

Dan parecía confundido.

Le aclaré: “Si se tratara de algo correcto -una verdadera afirmación de ti mismo- te habrías sentido satisfecho. Pero lo equivocado -ese elevado romanticismo, esa súper idealización- nunca satisface. Te sientes bien durante un rato. Te quitas de encima el dolor de la soledad.”

Dan asintió dándome la razón.

“Junto a esto, está la necesidad de poseer -no sólo de estar con- sino de poseerle. Comienzas a verle como una parte perdida de ti mismo.”

Dan rió con pesar. “¡Muy pronto me encontraba adquiriendo realmente la personalidad del tío! Comenzaba imitando cosas de él. ¿Tan desesperadamente necesito una identidad que miro a otros tíos para que me digan quién soy?” Resopló. “Es tan humillante que simplemente dejo de intentar tener relaciones.”

El relato de Dan evocó una vez más las tres necesidades insatisfechas en la niñez que subyacen a las atracciones homosexuales, las tres A: necesidad de Afecto, Atención y Aprobación. Para cada cliente estas necesidades pueden tener distinta importancia. Sin embargo, representan el modo mediante el cual los hombres luchan por la identidad masculina.

En hombres como Dan ─ seriamente rechazados en la temprana infancia-, bajo sus atracciones homoeróticas subyace no sólo la identidad masculina sino la identidad personal. La necesidad de identidad era tan desesperada para Dan que a menudo se encontraba atrapado en relaciones de dependencia que le hacían sentirse vulnerable y ultrajado.

Una gran proporción de clientes homosexuales se encuentra en relaciones de dependencia y tiene problemas con los límites interpersonales. Con frecuencia he creído que esto es así porque la identidad de género está íntimamente relacionada con la formación del ego. El hombre con identidad de género débil probablemente tiene también un sentido débil de sí mismo y de los límites personales.

El conflicto existencial del homosexual es que hasta que se identifique completamente con los hombres, los deseará eróticamente. Sin embargo, no puede identificarse con la masculinidad mientras continúe erotizándola. Para identificarse con los hombres, debe renunciar a la erotización de los hombres. El único modo por el cual un hombre puede asimilar la masculinidad en su identidad es arriesgándose a tener amistades masculinas no sexuales caracterizadas por la reciprocidad, la intimidad, la afirmación y el compañerismo.

Consultando a un psicoterapeuta masculino, el varón homosexual tiene la esperanza, quizá por primera vez en su vida, de encontrar a otro hombre que le entienda y acepte. A través de su relación con un terapeuta del mismo sexo y de la comprensión de los miembros del grupo de terapia comprometidos del mismo modo, puede trabajar por restaurar esta relación que sus varones significativos anteriores fueron incapaces de proporcionar.

En cada caso de homosexualidad, el éxito del tratamiento depende en gran medida de la creación de relaciones íntimas masculinas no sexuales. El cliente debe dejar atrás su exclusión defensiva para reconciliar su amor/odio ambivalente por los hombres, si quiere resolver su conflicto homosexual. Dan describía esta verdadera ambivalencia durante una sesión:

“No quiero depender de nadie. Ya tengo bastantes ‘¡Aléjate de mí!’ ahí dentro. Necesito amigos pero no quiero amigos. Como el otro día, el tío ese, Brent, dijo: ‘Vente a mi casa después del trabajo.’ Dije: ‘De acuerdo.’ Luego, pocos minutos después, pensé: ‘¡Que te jodan! ¡No quiero verte! ¿Por qué querría yo ir a esa jodida casa?’ Así que le dije que había surgido algo, que estaba ocupado.”

“Así que te fuiste a casa, a tu pequeño mundo solitario,” le recordé.

“Sí. ¿Por qué no puedo ser normal? Necesito amigos,” dijo Dan. “Te necesito.” Hubo un largo y doloroso silencio. “Decir eso fue duro para mí.”

Un día Dan admitió un extraño patrón de comportamiento. “El asunto ‘Jerry’ del que te hablé -cuando lloré delante de un tío- fue hace casi veinte años. Desde entonces, creo que me he vuelto mucho más escéptico sobre el amor. Durante los últimos años me he sentido atraído por tíos que tú considerarías de los que mandan -el típico hombre mayor, dominante. Pero, cuando se cierra la puerta y estamos solos, me gusta cambiarles las tornas.” Echó una risita.

“¿Cómo es eso?”

“Me gusta saber que puedo derrotar a una persona que intenta controlarme. De modo que he aquí un hombre que es una figura dominante, pero yo me convierto en el hombre dominante en el encuentro sexual.”

“¿Cómo tomas el control?”

“Me gusta hacerlo -hum, decidiré si nos besamos, lo que haremos en la cama. Me gusta convencer a mi compañero para que haga cosas que no haría, cosas que cree que le humillarían.” Vaciló, pareciendo evaluar mi reacción. “Y si al tío no le gusta que le follen, le convenzo para que me deje follarle.” Esbozó una sonrisa. “Hay mucha gratificación emocional en la dominación, en conseguir que un tío se ponga por debajo de mí. Para mí esa es una posición que me satisface especialmente. Y nunca le permito ver ninguna emoción en mí.”

“¿Y eso?”

“Porque, incluso cuando me corro, no deseo mostrar ningún placer.”

“¿Por qué?”

“Bueno, por el tema del control. Me gusta demostrar que puedo ocultar mis sentimientos.”

Dan comenzó a reconocer la ira que sentía precisamente hacia las personas en las que buscaba gratificación sexual. Este carácter sadomasoquista que se encuentra con frecuencia en la homosexualidad se remonta al padre inalcanzable que el muchacho desea, pero que desprecia.

Dan pasó muchos meses de terapia trabajando sobre sus sentimientos hacia su padre y su madre. Eran esos profundos sentimientos de amor y dolorosa dependencia que buscaba experimentar otra vez con el fin de sanar. Destapar esos sentimientos en una relación segura y comprensiva era la única esperanza de alivio para el sentido de vacío con el que vivía. Como todas las personas cuya estructura de carácter ha sido dañada por el rechazo en la temprana infancia, Dan sostenía una dolorosa lucha para llenar ese vacío. Ahora era bastante consciente de que el vacío de su corazón no sería llenado por las drogas, el alcohol o las relaciones homosexuales. Había empezado a renunciar al sueño eterno gay -el de encontrar esa persona especial, esa solución, ese apaño. Más bien, se dio cuenta de que la curación verdadera vendría a partir de una lenta acumulación de introspecciones positivas -esto es, la asimilación de sentimientos buenos a partir de relaciones sanas.

Como dijo al grupo en una sesión de terapia: “el ambiente gay es como meterse speed. Un colocón momentáneo, pero totalmente destructivo para mi espíritu.”


Finalmente, Dan hizo las paces con el recuerdo de su padre. A pesar de que fue doloroso, necesitaba hacerlo para estar en paz consigo mismo.

Hay una clase particular de ira que caracteriza a las relaciones del homosexual con su padre. Mientras que los hombres heterosexuales también pueden hablar de problemas con los padres, he notado una diferencia cualitativa en su ira. La ira del hombre heterosexual está enmarcada dentro de una aceptación realista de los defectos paternos. Pero el homosexual mantiene un resentimiento profundo, un rencor y una herida profunda que bloquea cualquier tipo de comprensión de su padre como hombre.

Un malentendido frecuente de más de un cliente es que para crecer y cambiar debe conseguir la aceptación paterna en el presente. Este error está basado en el supuesto inconsciente de que el padre posee la clave de la curación del hijo -una vez más, la proyección del padre omnipotente. Un paso significativo en el desarrollo del cliente es darse cuenta de que es él -no el padre- quien ahora tiene la fuerza que puede proporcionarle su identidad masculina. El cliente también necesita recordar que el daño fue ocasionado no precisamente por su padre, sino por su propia participación cuando era un muchacho, a través de la exclusión defensiva. De hecho, muchos de los padres de mis clientes contemplan a sus hijos rechazándoles desde la tierna infancia.

A Dan se le estaba invitando a abandonar su actitud defensiva hacia todos los hombres, empezando por su padre. Perdonar al padre no es una tarea fácil. Significa a menudo aceptar al padre con todas sus limitaciones, incluyendo una habilidad limitada para mostrar amor, afecto y aceptación.

Muchos clientes deben aceptar el hecho de que sus padres no pueden cambiar, como esperaban que lo harían. Un cliente lo expresaba así: “Sé que mi padre nunca será diferente. Estaré tan cerca de él como pueda. Pero lo que él no pueda dar, tendré que encontrarlo en la intimidad emocional con otros hombres.”

Puede parecerle mortal a un joven darse cuenta de que debe renunciar de una vez por todas a la fantasía de recibir el amor de su padre. Comprender, perdonar y amar a su padre es, irónicamente, ser padre de su padre -dar a su padre lo que él mismo, el hijo, deseó una vez tan desesperadamente. A menudo la compasión por el padre resulta de la comprensión por el padre de su padre y de cómo trató a su propio hijo.

Casi todos mis clientes cuentan que sus padres tenían muy poco que decir acerca de sus propios padres. Frecuentemente, el padre en la sombra -el hombre que no se implica y que es inefectivo- puede rastrearse en el padre, el abuelo y el bisabuelo. De modo que las bases de un hombre homosexual pueden sentarse en generaciones muy anteriores.

Encuentro interesante que la ideología gay continúa negando este importante común denominador en la homosexualidad -los problemas en la relación padre-hijo. De hecho, se da en la psicología gay un rechazo persistente a conceder cualquier importancia a los padres.


La autoestima de Dan continuó mejorando a lo largo de los tres años en que estuvo en la terapia. “Tengo que seguir trabajando en la aceptación de mí mismo. Es esencial para mi bienestar. Sin ello no tengo esperanza de sobrevivir.”, me dijo. Se hizo más capaz de desarrollar relaciones confiadas, de evitar la anticipación de la traición. Poco a poco llegó a abandonar sus enfados defensivos conmigo, con los miembros del grupo y los demás hombres del mundo.

Su segunda meta más importante era la continua búsqueda de relaciones íntimas, no sexuales, con hombres. Cuando estas necesidades fueron satisfaciéndose, me dijo: “Por primera vez en mi vida puedo contemplar la posibilidad de tener una relación con una mujer.”

Dan había estado libre de drogas y alcohol durante tres años enteros antes de comenzar la terapia. Como me dijo en nuestra primera sesión, su siguiente meta era el celibato -que él llamaba “sobriedad sexual.” Después del primer año de tratamiento, había alcanzado su meta de la sobriedad sexual, exceptuando algunas masturbaciones ocasionales con fantasías homosexuales. En Dan la implicación sexual todavía tiraba por la ventana toda su estructura relacional. No podía manejar esta dimensión de las relaciones. En su caso, la elección de permanecer célibe mientras trabajaba sus problemas fue muy sabia. Como me decía a menudo, “es un modo más sencillo de vivir.”

La meta del celibato fue alcanzada mediante el compromiso con un estilo de vida ordenado -sesiones individuales semanales, psicoterapia de grupo semanal; mantener su vinculación a Alcohólicos Anónimos; y cultivar amistades masculinas no sexuales. Mantuvo también una vinculación con su iglesia y se comprometió a hacer “jogging” a diario.

El orden fue una clave esencial para la curación de Dan, y a través de este orden aprendió lentamente a forjar un nivel más alto de confianza y a penetrar en el dolor de su profundo vacío interior. Aprendió que con el tiempo, la maduración y la vida ordenada el dolor disminuye.

Sin embargo, aunque el orden condujo a Dan hacia su meta de la abstinencia, ésta es sólo un paso hacia la curación. Lo que Dan necesitaba realmente para curarse era la lenta absorción de introspecciones positivas. A través de la terapia empezó a dejarse tocar por otros seres humanos y, a su vez, empezó a ver más allá de su propio dolor para empatizar con los sentimientos de otras personas.

La privación de Dan en la temprana infancia y el daño del carácter resultante funcionaban a un nivel más profundo que sus dificultades sexuales. De hecho, esta herida  del carácter, más básica que su homosexualidad, no se curaría tan rápidamente. En realidad, hay unos pocos hombres con orientación homosexual en la terapia que luchan con déficits de carácter. Su dolor es profundo y su trabajo terapéutico particularmente difícil.

Cuando nuestras sesiones llegaban a su fin, Dan comprendió más claramente el contraste entre sus necesidades auténticas y sus búsquedas falsas.

Como me decía en nuestra última sesión, “la abstinencia me mantiene libre de problemas, pero ahora sé que es en la intimidad hombre-a-hombre donde acontece la verdadera curación.”



4. ARTÍCULO FUNDAMENTAL A LEER PARA PROFUNDIZAR ESTE TEMA.

No hay.




5. PREGUNTAS A REFLEXIONAR, TRABAJAR Y RESPONDER EN EL CUADERNO DE TRABAJO EN TORNO A TODO LO LEÍDO:



a. Escribe las ideas fundamentales que has encontrado en este capítulo.

  • El doctor van den Aardweg ha observado que el homosexual a menudo tiene tendencia a la sobre-dramatización. El miedo a no tener ningún impacto puede explicar también las características exageradas y fuera de la norma de la conducta y que son observadas tan frecuentemente en la cultura gay.
Desfiles, protestas y manifestaciones por los derechos gays -organizadas como una defensa contra el no ser escuchado- se presentan a menudo de un modo carnavalesco, estrambótico y teatral.

  • Las tres necesidades insatisfechas en la niñez que subyacen a las atracciones homosexuales son: necesidad de Afecto, Atención y Aprobación. Para cada cliente estas necesidades pueden tener distinta importancia. Sin embargo, representan el modo mediante el cual los hombres luchan por la identidad masculina.

  • En hombres seriamente rechazados en la temprana infancia-, bajo sus atracciones homoeróticas subyace no sólo la identidad masculina sino la identidad personal. La necesidad de identidad es tan desesperada que a menudo se encuentran atrapados en relaciones de dependencia que les hacen sentirse vulnerables y ultrajados.

  • Una gran proporción de clientes homosexuales se encuentra en relaciones de dependencia y tiene problemas con los límites interpersonales. Con frecuencia esto es así porque la identidad de género está íntimamente relacionada con la formación del ego. El hombre con identidad de género débil probablemente tiene también un sentido débil de sí mismo y de los límites personales.

  • El conflicto existencial del homosexual es que hasta que se identifique completamente con los hombres, los deseará eróticamente. Sin embargo, no puede identificarse con la masculinidad mientras continúe erotizándola. Para identificarse con los hombres, debe renunciar a la erotización de los hombres.
El único modo por el cual un hombre puede asimilar la masculinidad en su identidad es arriesgándose a tener amistades masculinas no sexuales caracterizadas por la reciprocidad, la intimidad, la afirmación y el compañerismo.

  • En cada caso de homosexualidad, el éxito del tratamiento depende en gran medida de la creación de relaciones íntimas masculinas no sexuales. El cliente debe dejar atrás su exclusión defensiva para reconciliar su amor/odio ambivalente por los hombres, si quiere resolver su conflicto homosexual.

  • Hay una clase particular de ira que caracteriza a las relaciones del homosexual con su padre. Mientras que los hombres heterosexuales también pueden hablar de problemas con los padres, existe una diferencia cualitativa en su ira. La ira del hombre heterosexual está enmarcada dentro de una aceptación realista de los defectos paternos.
Pero el homosexual mantiene un resentimiento profundo, un rencor y una herida profunda que bloquea cualquier tipo de comprensión de su padre como hombre.

  • Un malentendido frecuente de más de un cliente es que para crecer y cambiar debe conseguir la aceptación paterna en el presente. Este error está basado en el supuesto inconsciente de que el padre posee la clave de la curación del hijo -una vez más, la proyección del padre omnipotente.
Un paso significativo en el desarrollo del cliente es darse cuenta de que es él -no el padre- quien ahora tiene la fuerza que puede proporcionarle su identidad masculina.

El cliente también necesita recordar que el daño fue ocasionado no precisamente por su padre, sino por su propia participación cuando era un muchacho, a través de la exclusión defensiva. De hecho, muchos de los padres de homosexuales contemplan a sus hijos rechazándoles desde la tierna infancia.

  • Puede parecerle mortal a un joven darse cuenta de que debe renunciar de una vez por todas a la fantasía de recibir el amor de su padre. Comprender, perdonar y amar a su padre es, irónicamente, ser padre de su padre -dar a su padre lo que él mismo, el hijo, deseó una vez tan desesperadamente. A menudo la compasión por el padre resulta de la comprensión por el padre de su padre y de cómo trató a su propio hijo. 


b. ¿Cómo has vivido el tema de la lucha con tu padre? ¿Qué le dirías si se dieran las cosas y situaciones que has leído, cuál sería tu reclamo?

No aplica.



c. ¿Has experimentado o experimentas a los hombres como misteriosos?

No, siempre les he visto como mis iguales, el trato con los de mi propio sexo siempre ha sido equitativo y exitoso. Durante de mi enfermedad mental fui una persona poco sociable y estuve durante muchos años desconectado de la vida social y en un estado de reclusión; fui un prisionero en mi propia mente y concebía la realidad de aquel entonces desde la percepción distorsionada que mi problema psiquiátrico me presentaba.

Al ser una persona oprimida no tuve una vida auténtica y fui forzado a creer muchas mentiras sobre mi mismo, los demás y el mundo, de manera que la humanidad en general estuvo casi siempre lejos de mi alcance. La propia opresión mental me convirtió en un ser opacado, minimizado, irreal y neurótico.

En este momento estoy cerca de conquistar la libertad plena.



d. ¿De qué forma se expresa tu exclusión defensiva hacia tu padre?

No aplica. 



6. PROPUESTA DE EJERCICIOS PRÁCTICOS A REALIZAR PARA LLEVARLO A LA VIDA COTIDIANA. ESCRIBE LAS CONCLUSIONES DE ESTOS EJERCICIOS EN TU CUADERNO.


a. Revisa tu relación con tu madre, de niño pequeño, adolescente y luego de hombre. ¿En que cambió? ¿Es ahora la relación de un hombre maduro con su madre o sigue teniendo el esquema niño-madre? ¿Cómo lo vives?

He respondido muchas veces esta misma pregunta... De niño fui sobreprotegido y asumí la idea de ser responsable excesivamente del cuidado, felicidad y bienestar de mi madre.

Cuando adolescente se rompió profundamente nuestro vínculo simbiótico, todo fue a causa de la llegada de la nueva pareja de mi madre y el posterior desplazamiento de mi lugar especial de su vida como "único hombre" lo que llevó a que se hiciera añicos la imagen endiosada de mi madre que caracterizó mi visión maternal infantil.

Durante la adolescencia fuimos poco cercanos debido a que la enfermedad mental ya se había apoderado de mi mente y había hecho que mi apreciación de la gente y de la vida se oscureciera mucho. El trato hacia mi madre fue el mismo que le di al resto de las personas.

Desde hace 3 años cuando inició el proceso de erradicación de mis problemas mentales y psicológicos volví a apreciar a mi mamá con más cariño, comprensión e interés, comencé a valorar su cariño y el amor inigualable que siempre me ha profesado, comencé a mirarla con los ojos del niño que una vez fui y con el complemento de la madurez de la edad adulta que me permite comprender con más amplitud los hechos.

La relación actual con mi madre es la de dos personas adultas, ella siempre me dio el trato de un hombre adulto debido a que la responsabilidad y seriedad fue siempre una de mis mayores características, mi madre nunca cuestionó mis decisiones ni se inmiscuyó en mis asuntos personales. Siempre gocé de autonomía y muchísima libertad.

Actualmente nuestra relación es muy rica y profunda, nos mantenemos muy unidos respetando nuestros límites, y apoyándonos en todo.



b. Piensa si existe alguna relación entre tu manera de tratar a tu madre y tu idea general de las mujeres.

No, no existe relación, pues mi manera de tratar a las mujeres en aquellos años no difirió mucho de mi manera de tratar a los hombres. Siempre estuve atrapado en aquel mundo, en esos horribles pensamientos y en esa incapacitante conducta. ¡Cuanto tiempo pasó sin comprender lo que me pasaba!

En este momento no poseo dificultad significativa para conectar socialmente con los demás, con el sometimiento del TOC se me ha brindado una nueva vida, aún no eliminó por completo esta enfermedad, pero ya al menos me quité de encima los síntomas incapacitantes, y eso ya es mucho.  

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