Historias de personas homosexuales: ALBERT- EL PEQUEÑO NIÑO INTERIOR




Martes, 16 de diciembre de 2008







FICHAS DEL DOCUMENTO 4



FICHA 4. 1




1. TEMA DE LA FICHA: SANAR LA HOMOSEXUALIDAD


2. OBJETIVOS A CONSEGUIR:

a. Conocer el proceso terapéutico desde las historias de casos
b. Contactarse con la propia historia desde experiencias de otros.



3. DOCUMENTO A TRABAJAR:


DOCUMENTO Nº. 4 HISTORIA DE CASOS DE LA TERAPIA REPARATIVA, de Joseph Nicolosi.



CAPÍTULO: INTRODUCCION
1. ALBERT- EL PEQUEÑO NIÑO INTERIOR



Albert entró caminando con cautela  en mi despacho, parecía inseguro, como si no supiese por qué había venido a verme. Me echó una rápida y tímida mirada, luego se ocupó con la vista del Boulevard Ventura que aparecía  tras la ventana.

                “Me alegro de conocerle, Señor O’Connor.” Le invité a que se sentase en un sillón y se sentó de forma dubitativa.

                Me senté en la silla enfrente de Albert y miré la cara pálida de un joven vestido con gusto, regordete en cierta manera. Albert miró alrededor de la habitación y luego comentó: “Me gustan sus plantas. Su oficina parece un jardín botánico.”

                Siempre me encantó el color verde. En las paredes de bosque verde colgaban pinturas clásicas italianas de la época del alto Renacimiento. Encima del sofá hay un cuadro delicado, de color ámbar suave de La Virgen y el Niño de da Vinci. Hay plantas verdes exuberantes en macetas terracota italianas, que se elevan sobre las cristaleras del cuadro hasta el techo. Dos estanterías macizas de libros arqueadas de nogal oscuro dominan las paredes opuestas, cargadas celestialmente con libros y con helechos puestos en macetas e hiedra que hacen cascada. Sabía que Albert apreciaría el ambiente. Me había dicho por teléfono que trabajaba en un vivero.

                Sus siguientes palabras fueron: “Se parece a mi habitación en casa –todo este verdor.” Sonrió ligeramente. “Donde quiera que esté me gusta rodearme de plantas y flores.” Albert hablaba en un tono ligeramente afeminado, con la cualidad triste de un niño perdido.

                “Una señora mayor vino hoy al vivero con un helecho moribundo,” me decía. “‘No le está dando bastante luz,’ le dije. Los helechos aman mucho la luz, así como la luz indirecta del sol.’ Ella era tan sensible. Me encanta ayudar a la gente así.” Una sonrisa satisfecha cruzó su cara. “Con frecuencia me he sentido como ese helecho moribundo –que no ha sido cuidado correctamente.”

                Sentí una fragilidad, casi una delicadeza, en Albert, que parecía haberse quedado lejos atrás en su mundo de fantasía de la infancia. Albert vivía todavía con sus padres en el mismo rancho de distribución irregular de Malibú en la que había crecido. Su único hermano, un hermanastro mayor, hacía tiempo que se había independizado de casa y casado.

                Durante sus primeras sesiones Albert estaba tranquilo, a veces mirándome con sus ojos marrones sinceros como si no supiera qué decir. No fue hasta algunas semanas más tarde cuando finalmente se sintió lo bastante cómodo como para revelar sus intensos sentimientos sexuales. Albert se sentía como un niño pequeño atrapado en el cuerpo de un hombre, además de atormentado por los deseos que no quería reconocer. Mientras me decía su historia, la imagen del chico bueno se rompió y sus palabras llegaban a ser más gráficas. Luego su voz se pondría chillona, casi histérica.

                Un día de lluvia Albert empezó a hablar sobre un aspecto común de la experiencia homosexual, que llamo alienación del cuerpo. La mayoría de los homosexuales describen una fascinación excluida de sus cuerpos más que la cómoda familiaridad que se ve con frecuencia en los hombres heterosexuales. De hecho, es ese confort natural con sus cuerpos lo que a menudo hace a los heterosexuales atractivos para los gays.  La propia exclusión de Albert de su cuerpo era extrema. Había sido educado en un hogar en el que el cuerpo masculino era considerado vergonzoso y sucio.

                Ese día se sentó en su silla de forma casi desafiante, contando en su voz infantil: “Ha sido una mala semana y he estado teniendo sentimientos extraños. Apenas he sido capaz de tratarlos.” Añadió, con un tono de culpa en su voz: “Me he estado sintiendo caliente.”

                “¿Ha sido una mala semana porque te has estado sintiendo caliente?”

                “Sí. No he podido dormir.” “He estado enfadado sin saber por qué.” Continuó. “Me doy cuenta ahora de que mi reacción a cualquier sentimiento sexuales siempre el miedo y luego la ira.”

                “Tu ira es una defensa contra el miedo, pero ¿miedo de qué? ¿Por qué te asustan los sentimientos sexuales?”

                “No lo sé.” Respondió inútilmente. Entonces, “Tengo mucho conflicto –vergüenza- sobre algo físico, sobre mí.

                Asentí, escuchando.

                “Mi madre siempre le daba una gran importancia a todo lo que tuviese que ver con el cuerpo.”

                “¿De verdad?”

                “Sí. Cuando era pequeño, a ella le daba un ataque al corazón cuando yo perdía el control y me orinaba en la cama o algo. Si me enfermaba, llamaba a todas las tías y tíos y todo por tener un ataque de nervios. Y luego –realmente se volvió loca una vez cuando me cogió en una especie de juego sexual con mi primo.”

                “¿Qué sucedió?”

                “Comenzó mi primo. Me lo hizo durante todos esos años. Nunca consideré el sexo como molestia. Nunca me di cuenta de que me estaba utilizando. De hecho, pensaba que era mi mejor amigo.”

                “¿Cuántos años tenías cuando empezaste?” Pregunté.

                “Alrededor de 9, y mi primo 15. Era muy agresivo sexualmente. Siempre quería juguetear. Yo me encontraba en ese lugar solitario en el que no estaba unido a nadie. Y,” admitió, “Tendré que decir que estaba desesperado por que me quisieran. Ahora tengo que perdonarme a mí mismo por aceptar sexo como amor. Le permití a mi primo que me hiciese cosas que yo sentía que estaban mal y que odiaba. Lloraba en mi interior pero seguía con el acto y le permitía hacer cualquier cosa que quisiera.”

                Pregunté: “¿Con qué frecuencia sucedía esto?”

                “Muchas veces. Cada vez que venía a la casa durante unos cuantos años.”

                “¿Y qué hay de tus padres? ¿No estaban allí?”

                “No sé dónde estaban. No tengo ni idea. Sólo me sentía desamparado todo el tiempo. Si no continuaba con lo que mi primo quería, no lo habría tenido como amigo. Es un manipulador nato. Desde que era pequeño me manipulaba para conseguir lo que quería. Durante un largo tiempo continuaba con él externamente. Pero en mi interior nunca lo quise. Incluso cuando pensaba que estaba consiguiendo amor, lo que él me hacía me producía odio.”

                Albert continuó. “Finalmente, mi primo me dio de lado. Una o dos veces entré en el mismo tipo de servidumbre sexual con otro chico en el Instituto, agradándole para que fuese mi amigo. No sé por qué he dejado que los hombres me manipulen. Creo que porque parecían aventureros y emocionantes y nos divertíamos después.” Albert estaba hablando de esa cualidad de aventura masculina y de la pérdida de la diversión de la vida del buen chico.

                “¿Y qué hizo tu madre cuando te cogió aquella vez con tu primo?”

                “Me castigó… me golpeó con un cinturón y me encerró durante un par de horas en el cuarto de baño. Hasta este día, creo que por eso soy claustrofóbico. Ella decía que Dios había destruido una ciudad entera debido a gente que hacía cosas como las que yo hice.”

                Albert continuó.  “Como decía, sólo he tenido sexo un par de veces desde esos incidentes con mi primo. Cada vez, estaba de acuerdo externamente con ello, pero interiormente lo odiaba. Pensaba: ‘No quiero, duele.’ Luego, el momento siguiente pensaba: ‘Venga, no duele. Sólo dolía cuando eras molestado siendo niño.’ Todavía me siento como un niño cuando llega el sexo.”

                Le expliqué a Albert la teoría del impulso reparativo –que su juego de sexo cuando era niño era un intento de explorar y asegurar su propia masculinidad por medio del contacto con otros hombres. Como la mayoría de los hombres que entran a la terapia reparativa. Albert sintió alivio y volvió a asegurarse para comprender que su conducta homosexual era un intento de reparar la alienación que sentía de su propia masculinidad.

                Albert me había descrito una infancia muy aislada. Había experimentado muy poco contacto con otros chicos y ninguna afirmación de su masculinidad por parte ni de su madre ni de su padre. Sintiéndose inadecuado como varón, había intentado encontrar atención, afecto y aprobación (las tres Aes, como explicaba) por medio del contacto homosexual. La vergüenza que su madre le expresó sólo profundizó su sentido de alienación de lo masculino.

                “Necesitas sentirte más relajado y con más aceptación hacia tu cuerpo,” le dije.
                “Lo sé,” dijo Albert. “Siento como que estoy detrás del volante de un enorme camión pero no tengo el carné de conducir. Me siento como un niño pequeño en el cuerpo de un hombre.” Entonces su voz infantil chilló y subió de volumen. “Realmente es duro para mí, muy duro. Siempre me he sentido tan culpable de la condena de Dios cuando no me puedo controlar.”  

                “Has sentido que tu cuerpo masculino no fue nunca aceptado por tus padres.”

                “Siempre odié afeitarme”, decía, “y odiaba estar caliente. De hecho, todavía lo hago.”

                Como si estuviera siendo escuchado y comprendido por primera vez en su vida, Albert expresaba libremente sus frustraciones profundas y enterradas durante tanto tiempo. “Cualquier función corporal parece un problema.” Sus palabras caían en un repiqueteo brottle. “Todos los momentos simples en que mi cuerpo tiene que hacer su cosa –se calienta –me siento muy tenso. Sé que voy a perder el control y a masturbarme. Luego me da miedo que alguien lo averigüe. Siempre intento forzarme a tener un orgasmo antes de ir de viaje. Tengo miedo de que si me quedo en casa de un amigo o voy de camping con alguien, tenga una polución nocturna. Me da pánico que alguien vea que mi cama esté mojada.

                “Cuando voy al cuarto de los hombres del vivero rezo para que no haya nadie. Finalmente camino hacia el establo e intento orinar.”

                “Te da vergüenza orinar,” dije.

                “¿Qué?” Me miró sorprendido.

                “Se llama ‘vergüenza de orinar’ cuando un hombre tiene problemas para orinar en un baño público. Es una afirmación relacionada con ser homosexual.”

                Se mantuvo en silencio y luego dijo: “Me cae fatal ser una persona sexual que pueda sentirse caliente y tener una erección. Peor todavía, eso pienso de tener sexo con hombres.”

                Luego preguntó temblando: “¿Por qué merezco esta humillación, Dr. Nicolosi? ¿Qué crimen cometí?”

                “Tu ‘crimen’”, dije, “fue tener un cuerpo masculino.”

                “Me siento humillado por mis sentimientos sexuales,” confesó. Luego un lamento, “Estoy totalmente, totalmente, totalmente avergonzado de ellos.”

                “La masturbación”, dijo, “es mi forma de castigar a mis padres por no hablarme de sexo. Es mi forma de recuperar a mi madre, a mi padre y a mi Iglesia por no permitirme ser sexual.”

                “Es una rebelión contra el hecho de ser tratado como un ser neutro,” señalé. “Tu masturbación es en verdad una aserción.”

                “Sí,” dijo Albert, con orgullo en su voz. “Es básicamente una actitud de ‘que te jodan’ sobre una de las cosas más dolorosas de mi vida. Hace quince años que estoy en esta batalla. Es una forma de decirle a mis padres: ‘Ustedes no supieron realmente o no me quisieron varón así que tuve que encontrar una forma de dejarme salir.’”

                “Sabemos que los homosexuales tienden a masturbarse con más frecuencia que los heterosexuales,” le dije. “Es un intento de hacer contacto ritual con el pene… para conectar con la masculinidad perdida.”

                Albert asintió, considerando eso. “Tengo tanto miedo dentro,” confesó. “Tengo miedo de ser masculino, miedo de ser un hombre. Es este pensamiento el que me acosa: ‘¡Oh, realmente no puedes hacerlo!’”

                Sus hombros se levantaron en un profundo suspiro de desánimo. “¿Para qué me estoy diciendo todas estas cosas?”

                “Es un guión que sigues,” dije.

                “¿Por qué la sexualidad es agradable para los demás pero no O.K. para mí?” demandó. “¿Por qué no puedo crecer como los demás?”

                Se respondió de forma tan precisa como pude haberlo hecho yo, diciendo: “Todavía no puedo relacionarme con mi madre y mi padre como adulto. Todavía me siento como un niño a su lado.”

                Había oído estas palabras bastante a menudo de mis pacientes homosexuales. “Puedo ser el buen chico con mamá y papá pero no sé cómo ser un hombre con ellos.”

                Mientras pasaban los meses, Albert continuaba progresando de forma pequeña pero significativa. Estaba dando pasos en la auto-aserción y no se torturaba tanto con la culpa por sus sentimientos sexuales.

                El caso de Albert es un dramático ejemplo de un hombre que no podía aceptar sus esfuerzos masculinos naturales. Sin embargo, muchos homosexuales describen una base similar de ser tratados como el puro y buen chico desprovisto de sentimientos sexuales. Generalmente esta falsa identidad se la da al chico su madre. El padre –que sería la única fuente válida de identificación masculina –permanece emocionalmente ausente, fracasando en intervenir o incluso en darse cuenta de la influencia excesiva de su esposa.

                Es bastante común encontrar madres angustiadas en la base de hombres homosexuales. Estas madres intrusas y que están en todo buscan lo mejor para sus hijos pero son incapaces de reconocer y responder a sus necesidades auténticas.

                “Recuerdo que mi madre me decía cosas positivas pero yo sabía que no eran verdaderas. Una vez mis sentimientos fueron heridos por algunos chicos jugando al kickball. Debía tener como unos 8 años y era descuidado. Recuerdo que mamá me dijo: ‘Oh, tú no necesitas a esos chicos. Eres demasiado bueno para ellos de todas formas.’”

                Se reía con pesar. “Su consolación me sentó bien pero incluso entonces sospeché que me estaba mintiendo. Seguí con ello porque me hacía sentir bien.”

                “¿Y cuál era la mentira?”

                “Que de alguna manera yo era mejor que los demás chicos, que no necesitaba jugar con ellos.”

                Aunque la madre de Albert era ansiosa y demasiado implicada, paradójicamente era también descuidada. Albert me dijo cómo cuando era niño, había tenido infecciones crónicas de oído. En su ansiedad por hacer las cosas bien, su madre le había sobre medicado con un suministro continuo de antibióticos. Como consecuencia, desarrolló una reacción severa a la penicilina, que todavía hoy le causa problemas.

                Albert reflexionaba: “Me doy cuenta de cuánta dignidad me arrebataron mis padres.” Continuó con voz triste. “Sólo contigo me siento libre para sacar ese lado feo que tengo.” Se calló y luego añadió en un tono desconcertante: “Es extraño. Recientemente he comenzado a sentirme cada vez más distante de mis padres. Este distanciamiento es muy pequeño. Porque a pesar de todo, todavía les quiero.”

                “No, no es pequeño,” le reaseguré. “Estás afrontando inquietudes importantes, enterradas durante mucho tiempo. Finalmente estás echando una mirada honesta a tus padres y de qué forma te afectaron. Tienes que volver atrás para hacer eso.”

                Suspirando, con apariencia de frustración: “Me gustaría poder verte todos los días durante un mes para poder llevar esta lucha detrás de mí. Me gustaría tomar un mes completo libre de mi trabajo y terminar con esta mierda.”

                “No puedes darle prisa al proceso de auto-aceptación,” le dije. “No es fácil cambiar la forma en que nos vemos. Requiere trabajo, basado en un proceso gradual de pequeños éxitos.”

                Albert parecía no estar de acuerdo. “Bien, al menos he conseguido algo de control sobre mi masturbación compulsiva.” La batalla no es tanta como la que era.

                “En una época estuve en verdad más de un año sin masturbarme. Rezaba, caminaba millas, hacía cualquier cosa que podía para sacar de mi mente las peticiones de mi cuerpo. Sentí que la experiencia era muy humillante. Pero entonces comencé a perder el control otra vez. Constantemente tenía fantasías homosexuales. Pensaba en sexo durante todo el tiempo. Sexualizaba cualquier palabra que pudiera ser sexualizada. Como cada vez que oía la palabra ‘ven’ pensaba en un orgasmo. Me sentía muy asustado y por eso vine.”

                Interrumpí. “Aunque no lo hiciste durante un año, la masturbación todavía te controlaba. Si quieres conseguir controlar esto, vas a tener que relajarte y ser más tolerante contigo mismo.”

                Resumió su confesión. “Cuando me ponía fuera de control, solía hablar sucio. Podía escribir las historias porno más asquerosas que puedas imaginar.” Se rió tontamente. “Pornografía total.” Entonces añadió: “Era una reacción de odio. Una reacción de furia. No era yo. Yo era siempre el pío San Francisco.” Sonrió cínicamente. “El que cuidaba de los árboles y de las flores.”

                Albert padecía claramente una tendencia obsesivo-compulsiva. El permitirle expresar en la terapia estos angustiosos “secretos sucios,” especialmente a otro hombre, servía para difuminar su intensidad.

                Decía, apoderándose de nuevo de él la histeria: “¿Cómo puedo cambiar el estado de confusión en el que me encuentro, cuando se supone que esta es la forma que debo ser? El buen chico es lo que mis padres quieren. Sin embargo mi cuerpo me lleva en una dirección diferente. Esto parece una contradicción empotrada.”

                “Ciertamente estás viviendo esa contradicción,” indiqué. “Estás intentando ser tanto el buen chico como alguien que se masturba de forma compulsiva.” Añadí: “Y estás intentando excluirte de tu propio género, como si fueses esquizofrénico.”

                Albert dijo pensativamente: “Pienso que mucho de mi conducta es en respuesta a todo el abuso que tuve cuando era niño. Sólo por ser un niño. Me acuerdo de pensar: ‘Dios mío, puede que si fuese una chica, mis padres me querrían.’”

                “¿Por qué te iban a querer más si hubieses sido una chica?” Pregunté.

                “No lo sé.” Desconcierto en su voz. “Pero mi madre no podía controlar ciertamente que yo fuese un chico. Con respecto a mi padre –no me habría querido menos de cualquier forma, en verdad. Tenía muy poco que hacer conmigo. Cuando él se implicaba, estaba haciendo algo con David, su hijo de su primer matrimonio.”

                Albert se mantuvo en silencio, luego trajo a colación otra barrera de su infancia: “Mi madre mandaba en casa. Estaba encima de mí y de mi padre todo el tiempo. Veinticuatro horas al día. Mi padre, como yo, estaba totalmente agotado por su dominación. Dudo de que lo que él me dijese podría haber tenido efecto sobre mí.”

                Su voz se elevó otra vez al nivel de la histeria mientras decía: “¿Por qué no me acuerdo de cosas que mi padre y yo hicimos juntos? ¿Por qué están estos recuerdos tan enterrados, tan distantes?” Él mismo respondió: “Porque cualquier recuerdo de mi padre es eclipsado por mi madre. Todo era dominado por ella. .. Completamente en su poder.”

                Luego, casi un grito: “¿Por qué piensas que me siento sin tanto poder? Todavía estoy bajo su poder. Me vigila todos los días,  está al mando de todo.”

                “Tienes toda la razón,” dije.

                De alguna manera se calmó. Luego siguió con una voz más normal: “No es mi vida, es su vida la que estoy llevando. No es un chiste. Todos los días surge algo en el que es algo de Mamá lo que decido que tengo que hacer. Cuando estoy de pie en la cocina y me estoy comiendo una galleta, sé que no debería dejar que las migajas caigan en el linóleo. ‘Las migajas atraerán a las hormigas, Albert.’ Los pelos que están en el lavabo del baño tienen que limpiarse con un pañuelo de papel. ‘Los niños buenos dejan el baño exactamente igual que como lo encontraron, Albert.’ Estas cosas de Mamá me vienen constantemente.”

                Así que por esto era por lo que Albert se identificaba con las plantas que cuidaba. Trataba a sus plantas de la misma forma en que deseaba que se le tratase –gentil y amablemente.

                “Me doy cuenta de que tengo que hacer una elección,” dijo Albert. Puedo elegir ser muy agradable y superficial mientras estoy contigo aquí o puedo ser enormemente honesto y utilizar este tiempo para mi recuperación.”

                “Está bien,” le dije. “La esencia de la terapia es recordar lentamente la herida. Luego reclamar lentamente el verdadero yo del que la herida hizo que te excluyeses.”

                “Desde que vengo aquí,” dijo Albert, casi con enfado, “Me he sentido más como un niño pequeño, más fuera de control y emocional. He llorado más en las últimas semanas que en los últimos cinco años.”

                Le expliqué que la terapia saca afuera los sentimientos enterrados y que así es como debería ser.

                “Últimamente he estado en el punto en que dejo que mis emociones me dominen…. Gracias a ti,” dijo Albert repentinamente.

                No estaba seguro si oía sarcasmo pero decidí no preguntárselo. “¿Cómo te sientes cuando lloras?” Le pregunté.

                “Avergonzado, por supuesto. Cuando era un niño pequeño, hice una promesa de no llorar y que siempre me atendría a ella.” Su voz sonaba a orgullo. “Pero este llorar viene de verdad de lo profundo del interior. Viene de una herida real… una herida profunda, como que fui arrancado muy pronto, separado de algo por lo que todavía siento un anhelo profundo.”

                “Todavía puedes regresar a ese algo por el que sientes un profundo anhelo,” le dije.

                “¿Cómo lo haré?”

                “Por medio de la introspección, luego por medio de las nuevas relaciones.”

                “¿Nuevas relaciones?”

                “Sí, porque solamente la comprensión intelectual no cambia realmente a la gente.”

                “¿Qué lo hace?” Preguntó Albert de forma pensativa.

                “Las nuevas experiencias cambian a la gente. Tú no estás todavía experimentando intimidad no sexual con un hombre. Ese es el próximo desafío sobre el que debes trabajar.”

Albert siempre aparecía regularmente para su hora. Nunca llegaba un segundo tarde, como si considerase precioso cada momento. Un día me dijo –en lo que se estaba convirtiendo un tono más firme, más asertivo- “He empezado a realizar progresos mayores aquí. Grandes rayos de iluminación, choques de consciencia. Puedo ver que he estado progresando.”

Un día anunció algo de lo que no me había hablado. Dijo: “”Fue mi madre la que en verdad me animó a buscar la terapia. Ella veía que estaba solo y que no era feliz, por lo que pensó que podría ayudarme el hablar con alguien. No gano mucho dinero en el vivero, por lo que ella y mi padre me dan dinero para poder venir.”

Estaba sorprendido. Ella no parecía una mujer que quisiera que su hijo conociese más acerca de su verdadero yo. Por supuesto, ella no sabía los temas reales que él estaba tratando.

“Eso es muy comprensible por parte de tus padres,” dije.

“Realmente es mi madre,” corrigió. “Papá  sólo sigue su decisión.”

Cuidadoso eso –como dicen en Hollywood- No hay cosa igual a un almuerzo gratis. Pregunté: “¿Cómo te sientes sobre el que tus padres te paguen la terapia?”  Mi inquietud era que Albert podría sentirse comprometido por su generosidad.

“¡Bien!” dijo enfáticamente. “Ellos me metieron en este lío, así ¡que me saquen!”

Esto tenía sentido, dadas las circunstancias de Albert. Aceptando su respuesta por el momento que era, hice una nota para estar al acecho por cualquier intrusión de los padres.

“Recientemente me he visto mirando más a los hombres,” me dijo Albert. “Mentalmente voy a ver muchos escaparates, lo que sólo me hace sentir peor. Fui al paseo anoche y me sentí atraído por este tipo que vi, que debe ser aproximadamente de mi edad –pero al mismo tiempo que sentía esta atracción magnética hacia él sentía también esta necesidad de alejarme de él.”

“Creo que la razón por la que te encuentras mirando a otros hombres,” dije, “es que todavía no tienes una imagen masculina apropiada dentro de ti y así buscas esa imagen de masculinidad en el exterior.”

Albert asintió. “¡En mucho de la atracción se siente curiosidad, sólo buscando saber cómo son los chicos!” Había sonido de desesperación en su voz.

“¿Pero qué parte de ti se siente como separada bruscamente?”

 “La parte que siente miedo de los hombres.” Oí la ambivalencia del mismo sexo de Albert, tan característica de la condición homosexual. Incluso cuando erotizaba a los hombres, se sentía incómodo a su alrededor.

Luego Albert parecía sentir la necesidad de huir de una confrontación con su ambivalencia dolorosa. En vez de eso volvió a una discusión de su infancia feliz. Decidí ir con ello.

“Me gustaría poder olvidar todos los conflictos de sexo y adultez,” decía. “Me gustaría poder volver al amor que sentía tan libremente cuando era un bebé  y feliz sólo de existir. Más tarde, las realidades de la vida convirtieron todo en una pesadilla.”

“Exactamente, ¿qué fue lo que hizo que una existencia tan feliz se volviese tan amarga?” Pregunté.

Siguiendo otro corto silencio dijo Albert: “Creo que cuando perdí ese sentido profundo de vinculación con mi madre, empezó el miedo. Cuando me emancipé de mi madre, no había identidad adulta en la que encajase. Tenía este sentimiento de estar suspendido, abandonado.” 

“De alguna forma, lo estabas. En un periodo crítico de tu desarrollo –la fase de identidad de género- tenías que individualizarte de tu madre y desarrollar una identificación por medio de tu padre. Era tu padre el que personificaba las peticiones del mundo exterior. Como decía Freud, el padre personifica el Principio de la Realidad. Pero nunca recibiste el apoyo necesario de él o de cualquier otra figura masculina.”

De repente Albert cambió de tema, volviendo a retratar el tema más agradable de su infancia de ensueño. “Solía dibujar mucho. Era un buen artista. Todos los dibujos eran de cosas femeninas –rosas, pájaros de colores, bailarinas de ballet en tutús.  Ningún soldado ni coche sino imágenes de belleza. Nunca dibujaba hombres. No tenía una buena imagen de los hombres en mi cabeza. En verdad no estaba seguro de qué debería parecer un hombre.

Si intentaba dibujar la Sagrada Familia el niño parecía normal –con una cara de bebé genérica. Pero pasaba la mayor parte del tiempo creando la Bendita Madre. Los pliegues y dobleces de su capa, su pelo, su nariz, sus labios. Intentaba crear con empeño la última y más bonita Virgen. Cuando llegaba a San José, no tenía idea. Simplemente no podía dibujar su cara.  

Entonces, cuando tenía 11 o 12 años recuerdo intentar dibujar cuadros pornográficos y sentirme muy insatisfecho porque no podía capturar al hombre. Me molestaba porque dibujaba hombres que parecían femeninos. Intentaba dibujar un cuadro pornográfico masculino pero siempre terminaba pareciendo la Virgen.”

Fingiendo un tono pío, dije: “Ciertamente a Dios le agradaba más la Virgen que la pornografía.”

“Probablemente.” Albert se rió. “Pero sabes, quizá sea esta la razón por la que algunos gays sean diseñadores de moda femenina… Todavía miran a sus madres como a la Virgen.” Añadió: “Mi madre siempre lograba confundirme para decidir donde terminaba y empezaba.”

“Incluso ahora, cuando hablo con una cliente en el vivero y conecto con ella… me siento como ella, igual que ella. Es como si charlaran dos mujeres. Y no quiero eso.  Me recuerda cuando era adolescente y llevé a una amiga a Dairy Queen. Por fuera parecía parecíamos novios pero en el interior sentía que éramos iguales. ¡Ugh! ¡Odio eso! ¡Cuando vuelvo a pensar en ello, me disgusta!”

Estaba contento de oír a Albert describir su desencanto, sabiendo que su individuación  de lo femenino estaba ahora bien en camino.

“Sabes”, dijo Albert, “Hay veces que quieres ser por ti mismo. Por tu masculinidad.”

He estado intentando afianzar mi cuerpo, por lo que he puesto pesas en el garaje donde hago ejercicio. Cuando estoy sudoroso, me quedo en ropa interior. Así que mi madre entra entonces en la habitación y dice: ‘¡Oh, qué bien! ¡Hagamos ejercicio juntos!’”

“Le digo: ‘Pero yo no quiero que hagamos ejercicio juntos.’ Allí estoy yo sudando y haciendo pesas en mis pantalones cortos de jockey pero nada de eso parece desconcertarla.

Mamá y yo pertenecemos al mismo club de salud y ella quiere que yo siga yendo con ella. Ella creció en una familia que estaba siempre junta,” dijo Albert. “Esa es su interpretación de la forma en que las cosas deberían estar- juntas.”

“Quizás deberías explicarte tú mismo a ella,” dije. “Ella no fue nunca un joven. No sabe cómo te sientes.”

La queja de Albert sobre sus padres era bastante típica de los homosexuales: cuando era niño, nunca consiguió bastante de su padre pero tenía demasiado de la madre. Mientras que resentía la ausencia del padre en su vida, resentía también el intrusismo e interferencia de la madre. El padre nunca tuvo autoridad y la madre agotaba el poder que tenía. Le exhorté: “Explícale a tu madre lo que estás intentando llevar a cabo por ti mismo.”

En un tono de desánimo, Albert dijo: “”El problema está en que no sé cómo decírselo.” Parecía desconcertado. “No creo que me oiga. Siempre terminamos discutiendo.”

“Te saca tu energía,” comenté.

“Tú lo has dicho. Nadie puede agotar mi energía como mi madre.”

Repetí: “Nadie puede quitarte tu energía masculina como tu madre.”

Albert exhaló un fuerte suspiro, con tristeza en su cara mientras se permitía explorar en sus pensamientos más ocultos.

Decidí intentarlo para una idea relacionada. “Y esta es la razón por la que tienes miedo de intimar con las mujeres.”

“¿Lo es?” La voz de un niño sorprendido.

“Sí. Porque no confías en las mujeres. Tienes amigas platónicas, pero cuando empiezas a sentirte más íntimo con una mujer, tienes miedo de que pierdas el control sobre ella. Temes que ella te quite tu poder personal como tu madre.”

Luego pregunté: “¿Puedes hablar con tu madre y decirle cómo te sientes cuando estás con ella?”

“No me entiende,” dijo tranquilamente pero firmemente. “Si intento explicarle mi necesidad de independencia, se sentirá rechazada e insultada.”

“¿Hay algo de lo que te sientas preparado para decirle?”

“Sobre los déficits, las necesidades.”

“Bien,” asentí. “Esa es la esencia del problema homosexual, de todos modos. Habla con ella en términos de querer desarrollar un sentido más sólido de tu masculinidad.”

Albert siguió hablando. “Durante las últimas dos semanas he estado montando en bicicleta con Jack, un chico al que conocí en mi club de bicicletas.  Hacemos diez millas en la autopista de la Costa antes de ir al vivero.”

“Muy  bien. ¿Este es un tipo con el que disfrutas de su compañía?”

“Sí. Me levanto por la mañana y no es como este sentimiento débil, de sacarme de la cama. Me gusta levantarme temprano, justo cuando empieza a amanecer y la brisa de la costa es todavía fresco.”

“Jack y yo nos llevamos verdaderamente bien, y en gran parte  porque no me preocupo de lo que piense de mí. Pero todavía soy siempre un poco tímido en montar en  bicicleta. Me preocupa que alguien pudiese estar mirándome y pensase: ‘¡Oh, ese tío es marica.’ A veces me da cierto miedo de poder golpear una roca y caer sobre mi culo. Pero tan pronto como entro en calor el pensamiento se desvanece. Me digo: ‘Piensa sólo en lo que estás haciendo.’ Y cuando dejo de mirarme a mí mismo y dejo de pensar en lo que parezco –me meto en ese sentimiento de poder.”

“Estás haciendo un buen progreso. Tienes fuego en tu interior y el desafío ahora es mantenerlo encendido. Después de que consigas un buen fuego encendido, empieza a arder hacia fuera si no pones otro tronco sobre él.”

“El fuego es tu momento de desarrollo y los troncos son nuevos desafíos. Un tronco será el desafío de hablar con tu madre. Todavía otro puede ser hacer esos recorridos de larga distancia en bicicleta. Pero otro tronco será mantener esas amistades masculinas. Esas son las cosas que mantienen el fuego encendido.”

Pocos meses después Albert entró en mi oficina y habló emocionado: “La última vez que te vi sucedió algo absolutamente increíble.” Su voz era mucho más fuerte ahora. Incluso en su emoción, había perdido ese timbre de histeria. Ya no evitaba encontrar mi mirada sino que se dirigía a mí directamente.

“En la última sesión me sentí débil y solo. Creo que sentía pena de mí mismo. Pero tú me las hiciste pasar negras. Me desafiaste y tengo que admitir que me dolió. Luego, cuatro noches después, Steve, de nuestro grupo, me llamó y también me las hizo pasar negras.”

“¿Sí?” Estaba gratamente sorprendido de que Steve pudiese tener una intervención tan decisiva.

“Me iluminó. Cómo me daba una y otra vez. Dijo: ‘Realmente tienes que salir de ahí y luchar.’ Me dijo que dejase de quejarme y que creciese. Me insultó y le dije: ‘¿Qué quieres decir? No puedo creerte, Steve.’ Pero continuó: ‘Estás teniendo la mayor fiesta de pena por Albert O’Connor. ¿No recuerdas ese libro de van den Aardweg? Deja de joderte tan seriamente. Si quieres salir de esa autocompasión, primero exagérala, luego ríete de ella.’ Lo que me dijo Steve me dolió.

Suspiró. “Luego bastante seguro, después de que colgué me sentí verdaderamente deprimido. Me sentía traicionado. Había conseguido una maldición doble. Primero tú, luego él.  Pensé: ‘¡Mierda!’ Luego empecé a pensar. Steve tenía razón. Los dos la tienen. Ustedes están diciendo lo mismo.”

“Y desde entonces cuando siento que viene la autocompasión, la apago hasta una proporción casi ridícula a propósito y luego me río de mi culo.”

Continuó: “Te he dicho que he tenido muy pocas tentaciones recientemente de entrar en esos maratones de masturbación compulsiva. Realmente estoy empezando a comprender ahora de qué va todo.”

“Están pasando cosas.” Estaba encantado con su progreso. “¡Es increíble, tan liberador! Me siento vivo por primera vez en mi vida.”

Albert continuó luego hablándome de su club de bicicletas. Dijo: “Sentí una clase de debilidad al principio al lado de aquellos corredores de larga distancia, pero seguí con ello. La pasada semana me di cuenta de esta chica que encontraba en uno de los clubs de ciclistas. No es una belleza extraordinaria por ningún medio –tiene granos en su cara. Pero había algo de su personalidad que me atraía. No era sexual pero por primera vez no me sentí como una de las chicas. Me sentí como yo mismo, a mi forma.”

Recordar sus sentimientos sobre la chica le llevó a asociaciones sobre su cuerpo y continuó. “Incluso ahora, sentado aquí, no siento timidez por mi cuerpo.”

“¿Por qué?” Pregunté.

“En este mismo momento me siento a gusto haciendo cualquier cosa con mis manos.” Agitó su mano derecha en el aire, luego preguntó: “¿Es el movimiento de mi mano un movimiento amanerado… sabes, afeminado? De cualquier forma, no me molesta, como quiera que lo llames.”

“Es sólo algo que se mueve –una mano,” dije. Luego añadí: “Te está pasando mucho sostén bueno.”

Por primera vez en la sesión parecía preocupado. Dijo: Pero por supuesto, me has visto así de animado antes y luego me has visto derrumbarme.”

“Sí,” dije. “Así que si te derrumbas, ¿qué? Puede haber muchas caídas pero eso no es importante. Lo que es importante es aprender de tus caídas y reducir tu tiempo de recuperación.”

“¿Qué quieres decir con ‘tiempo de recuperación’?”

Expliqué: “Es el tiempo entre la caída y tu vuelta al ímpetu.  Rechazar revolcarse en auto-derrota es esencial.”

Cuando estoy en ese ímpetu, siento como que he sido liberado.” Parecía más feliz. “Sólo estar aquí, siento que soy el verdadero yo.”

“Este es el tú real.” Dije. “El tú que es espontáneo, igual, que habla francamente, directamente y en intimidad con otro hombre. El tú que no necesita romantizar o envidiar a los demás hombres.”

Pensé: “Poco a poco Albert se está liberando.”

En la sesión siguiente Albert sacó a colación un tema importante. Nada más sentarse, me dijo: “Recuerdo que mi madre siempre estaba realmente tensa, nerviosa, ansiosa –especialmente por mi salud. En verdad estaba obsesionada. En parte porque cuando ella era niña su propia salud era bastante frágil.”

“Mi madre tuvo dolores de cabeza realmente malos cuando era niña. Creo que  me transmitió el pánico que sentía por esos dolores de cabeza. Cuando era niño tenía dolores de estómago muy malos.  A ella le daban pánico. Era como el fin del mundo cuando esos dolores de estómago golpeaban. Ella siempre me servía gaseosa de jengibre  o té y me dejaba en casa sin colegio durante una semana.”

“Cualquier resfriado era exagerado fuera de proporción en este enorme horror. Mi madre nunca veía las enfermedades ni los dolores como naturales. Era como si nuestra familia hubiera cometido algún crimen espantoso y estaba siendo castigada por ello con la enfermedad. Creo que por esto el montar en bicicleta es tan importante para mí. Quiero presionar contra la imagen de este cuerpo frágil.”

“Cuando experimentaba el éxito era como caminar en una cuerda floja. Sabía que podía caer en cualquier minuto, por lo que no lo disfrutaba. Mi madre siempre me recordaba que podría terminar sobre mi culo, por lo que nunca me sentía bien ni feliz ni emocionado.”

La predicación de no ganar de Albert me recordó la significación del concepto de poder intrínseco de la Dra. Althea Horner, que define con el motu: “Soy”, “Puedo” y “Lo haré.” El valor de este poder de uno es transmitido por los padres. El sentido del poder del chico está esencialmente unido a su masculinidad. Es por medio de su masculinidad como descubre este poder intrínseco.  Así que si no se siente completamente masculino, siempre se sentirá de alguna manera sin poder.

                Albert dijo: “No sólo me he estado levantando temprano para montar en bicicleta sino que hoy tenía el deseo de salir y jugar al baloncesto. Nunca antes lo hice cuando era niño.  Después de todos estos años todavía quería tener el sentimiento de ese balón en mi mano y cómo se siente al meterlo en la canasta. No me importaba si parecía un amateur.”

                Señalé: “Sabemos que esa transformación genuina  está sucediendo cuando descubrimos muchas manifestaciones pequeñas de cambio. Todas juntas señalan a una cosa –que algo está cambiando verdaderamente.  Realmente está sucediendo algo dentro de ti.”

                “Oigo decir a la gente que los homosexuales no deberían intentar cambiar.” Dijo Albert, con irritación en su voz. “Que un homosexual tiene que seguir sus sentimientos, tanto si le gustan como si no.” Su tono se hace inflexible. “¿Pero quiénes son los que dicen que no deberían  intentar cambiar?  Nunca me sentí bien viviendo de la vieja forma. Poco a poco me estoy convirtiendo en una persona diferente. Finalmente estoy llegando a ser yo mismo.”

                El día que Albert dejó la terapia fue casi a los tres años del día que había entrado por primera vez en mi despacho. Su discurso era mucho más seguro. El ataque de histeria ocasional había desaparecido.  Sonreía con más frecuencia y hablaba de que un día poseería su propio vivero.

                Algunas madres, como las de Albert, llegan a invertir tanto en que los hijos estén disponibles para ellas, que tiene el coste de la individuación masculina del chico. Están tan atrapadas en sus propias necesidades narcisistas que nunca ven las propias necesidades de sus hijos. Robert Bly ha dicho: “Las mujeres hacen a los chicos pero sólo los hombres hacen a los hombres.”  No ha habido hombre que haga a Albert porque su padre no había sido lo bastante fuerte como para interrumpir la relación insana de madre-hijo.  Albert había tenido que sobrevivir emocionalmente con un padre que no sabía cómo relacionarse con él. Para hacerlo, había desarrollado una exclusión auto-protectora de los hombres.  Creado por el psicoanalista británico John Bowlby, el término exclusión defensiva fue adaptado a la homosexualidad por la psicóloga Elizabeth Moberly. Describe la maniobra autoprotectora  infantil, de un niño contra la herida emocional.

                La relación dolorosa de Albert con su padre tuvo como consecuencia una exclusión defensiva. El trauma (por medio del abandono, abuso u hostilidad) crea miedo, que es la base de la alienación. Cuando estamos impresionados por el miedo, permanecemos alienados de los que lo han causado. La exclusión defensiva de Albert fue transferida a su relación con otros varones. Distanciado emocionalmente de los varones y de la masculinidad, los romantizaba. Representaban la parte de sí mismo que no había reivindicado.

                Aunque se enamora de otros hombres y tiene intimidad sexual con ellos, el homosexual nunca se permite identificarse con la masculinidad. La admira, la romantiza e incluso puede vivir el rol masculino de forma superficial pero ahí queda una resistencia interna a reivindicar su identidad masculina completa. Esta resistencia de la exclusión defensiva emerge en las relaciones masculinas en forma de crítica, encuentro de culpas y promiscuidad.  El homosexual puede amar a otros hombres pero existe también hostilidad y miedo de ellos. Así sus relaciones con los hombres son invariablemente ambivalentes.

                Sólo en relaciones masculinas de larga duración, íntimas, de aceptación, honestas y no sexuales, el homosexual puede comenzar a resolver la exclusión defensiva que produce esta ambivalencia del mismo sexo. Albert había comenzado a solucionar esta exclusión a través de relaciones con muchos hombres: yo mismo, los hombres del trabajo y los hombres del grupo.

                Cada uno de nosotros, hombre y mujer, es conducido por el poder del amor romántico. Es una de las formas de la naturaleza de asegurar que perdure la raza humana. Las infatuaciones ganan su poder de nuestro impulso inconsciente para llegar a ser un ser humano completo. En los heterosexuales este fuerte impulso une al hombre y a la mujer por medio del deseo mutuo. Pero en los homosexuales el impulso es un intento de satisfacer un déficit en la totalidad del género original. Así, dos hombres nunca pueden comprenderse mutuamente de una forma completa y abierta. No sólo existe una inadaptación anatómica natural sino una insuficiencia psicológica inherente. Los dos amantes llegan a la relación con el mismo déficit, buscando simbólicamente completar su género original.

                Alrededor de un año después, Albert me llamó por teléfono para una puesta a punto, como le llamamos. Desde su terminación, se había unido a un grupo de apoyo de ex-gays, que me dijo que le había servido de gran ayuda.  Con este grupo, había continuado explorando las relaciones pasadas con sus padres para comprender su impacto que sigue en su vida.

                Albert  me habló de una amiga, Helene, a quién había conocido en el vivero. “Ella ama las violetas africanas,” me dijo con entusiasmo. Habían estado saliendo continuamente  durante seis meses.

                Antes de que pudiera preguntar, Albert dijo: “Sí, ella sabe todo de todo.” Describió a Helene como “la mejor amiga que he tenido en mi vida. Puedo decirle todo lo que pasa por mi mente y ahí está ella apoyándome.” Él dijo que su relación era “física pero todavía no sexual.”

                La descripción de Albert de sus sentimientos hacia Helene no era inusual para un hombre con una base homosexual. Es común para esos hombres proceder lentamente hacia la intimidad sexual con una mujer.  Sus relaciones se desarrollan con frecuencia  en tres fases –amistad, luego afecto y luego expresión de ese afecto por medio de la sexualidad. Esto está en contraste con el hombre heterosexual, que primero se siente atraído sexualmente por la mujer y luego llega a conocerla como amiga.

                Muchos hombres con base homosexual esperan encontrarse atraídos por las mujeres de la misma forma que los heterosexuales. Sin embargo, su acercamiento a las mujeres puede ser siempre diferente. Los hombres ex-gays necesitan estar seguros de eso por su historia, pueden tomar un diferente camino –amistad primero, sexo después –para el mismo objetivo.

                Sobre sus atracciones homosexuales, Albert dijo: “Es muy diferente de lo que ha sido en el pasado. Ahora, gracias a Helene, he hecho mi objetivo reivindicar completamente la heterosexualidad que nunca desarrollé.  Y me siento responsable en nuestra relación… ya no soy sólo yo sino que somos Helene y yo. Y por tanto, cuando aparecen esas viejas atracciones, digo: ‘¿Qué pasa aquí?’ Luego puedo seguir la pista a esos sentimientos hacia otros hombres a sentimientos sobre mí mismo, tales como ‘Tengo miedo’, ‘Estoy estresado,’ o cualquiera.”

                Continuando, Albert me dijo: “Comprendo estas atracciones como que representan algo que no recibí cuando era niño- algo que merecía. Y estoy consiguiendo cada vez más lo que necesito por medio de mi grupo de apoyo y abriéndome a los demás hombres, que ha sido una cosa maravillosa para mí.”

                Luego pregunté: “¿Significa esto que tus atracciones no se han ido completamente?”

                En un tono inusualmente decisivo respondió Albert: “Creo que siempre pueden volver, ahora y luego- justo por la profundidad de la pérdida. Veo mi crecimiento como un proceso continuo. Conseguir amor y apoyo de Helene y de los hombres de mi grupo de apoyo hace toda la diferencia.”

                Mientras hablaba, Albert parecía comprender por fin el concepto del falso yo –la estructura de identidad que yace tras la etiqueta del yo gay. “Sigo comprendiendo mi educación y sus efectos sobre mí en el presente. Los mensajes que recibía cuando era niño eran: ‘Eres débil, no eres macho, no eres nada.’ En la adolescencia se trasladó a ‘Debes ser gay.’ Ahora estoy rechazando esa falsa identidad que otros intentaron imponerme- una identidad que otros me hicieron creer que era yo. No. No soy gay. Ahora estoy determinado a ser el hombre que quiero ser –no a enamorarme de él.”      


  

         4. ARTÍCULO FUNDAMENTAL A LEER PARA PROFUNDIZAR ESTE TEMA. 


a. Ninguno.



5. PREGUNTAS A REFLEXIONAR, TRABAJAR Y RESPONDER EN EL CUADERNO DE TRABAJO EN TORNO A TODO LO LEÍDO:


a. Escribe las ideas fundamentales que has encontrado en este capítulo.

  • La mayoría de los homosexuales describen una fascinación excluida de sus cuerpos más que la cómoda familiaridad que se ve con frecuencia en los hombres heterosexuales. De hecho, es ese confort natural con sus cuerpos lo que a menudo hace que los heterosexuales sean atractivos para los gays.
  • Muchos homosexuales describen una base similar de ser tratados como el puro y buen chico desprovisto de sentimientos sexuales. Generalmente esta falsa identidad se la da al chico su madre. El padre –que sería la única fuente válida de identificación masculina –permanece emocionalmente ausente, fracasando en intervenir o incluso en darse cuenta de la influencia excesiva de su esposa. 
  • Algunas madres llegan a invertir tanto en que los hijos estén disponibles para ellas, que esto tiene el coste de la individuación masculina del chico. Están tan atrapadas en sus propias necesidades narcisistas que nunca ven las propias necesidades de sus hijos. Robert Bly ha dicho: “Las mujeres hacen a los chicos pero sólo los hombres hacen a los hombres.”
  • Es común para los hombres con una base homosexual proceder lentamente hacia la intimidad sexual con una mujer. Sus relaciones se desarrollan con frecuencia en tres fases –amistad, luego afecto y posteriormente expresión de ese afecto por medio de la sexualidad. Esto está en contraste con el hombre heterosexual, que primero se siente atraído sexualmente por la mujer y luego llega a conocerla como amiga.
 

b. ¿Tu cuerpo de hombre es aceptado por ti?


Si, completamente. Me gusta mucho mi cuerpo masculino, soy feliz de ser un hombre.


¿Sientes que lo fue por tus padres?


Si, completamente, mi mamá siempre ha reconocido y valorado mi masculinidad, ella me ve y me trata como el gran hombre que soy.



c. ¿Tu madre asumió realmente que eras un hombre adulto con derechos de hombre en relación a tu privacidad e independencia?

Si, desde muy chico asumí actitudes de adulto que hicieron ver a mi madre que era necesario darme el trato que merecía ese sentido de madurez que había desarrollado tan precozmente. Durante la adolescencia mi madre estuvo involucrada en mi vida como toda buena madre, pero me otorgó muchísima libertad para actuar y decidir sin solicitar su consentimiento, para ella yo siempre fui un joven muy inteligente y adulto que no necesitaba que le explicaran cómo vivir de la mejor manera y cómo tomar las decisiones más adecuadas.

Mi madre nunca se involucró en mi vida sin mi permiso, no había necesidad ya que yo era el "hijo perfecto" que nunca se equivocaba y que jamás hacia algo indebido o estúpido. Jamás le di problemas a mi mamá, pues toda la gente me admiraba y la felicitaba por tener un hijo tan maravilloso como yo.

Actualmente le he demostrado que no soy la suma de las perfecciones, que cometo errores y que tengo debilidades como todo el mundo, pienso que ella ya no me idealiza tanto, pero continúa sintiéndose muy orgullosa de mi, y muy feliz de ser mi madre.



d. ¿Crees que tu padre te ve como un hombre?

No aplica.


e. ¿Tú te sientes un adulto con tus padres?


Completamente, jamás me he sentido como un niño, al contrario, muchas veces he deseado no ser tan mentalmente adulto.



f. ¿Has sentido en algún momento de la terapia que estás peor que cuando iniciaste este camino?

No, nunca, siempre he sido consciente que el pasar del tiempo se ha encargado de mostrarme cumplidamente los grandes logros y metas que he alcanzado en mi formidable trabajo terapéutico. A cada paso que he dado he alcanzado más curación, claridad, madurez y sabiduría.



g. ¿Qué está pasando actualmente en tu vida y qué sientes y piensas sobre lo que estás viviendo?

En este momento estoy logrando las metas inmediatas más importantes de mi vida que son la curación completa de mi enfermedad mental (el TOC), la liberación de mi mente, la recuperación del control de mi voluntad, la reactivación del mecanismo creador y la activación de mi verdadera inteligencia y capacidad cerebral.

Una vez logre dar este importante paso proseguiré con la conquista de otros retos más desafiantes y tras los objetivos más excitantes que he determinado alcanzar en la vida, en tiempos futuros aparecerán más y más objetivos.

Estoy muy contento, más feliz que antes, finalmente se están haciendo realidad mis sueños y estoy logrando adquirir la tan ansiada personalidad del éxito.




6. PROPUESTA DE EJERCICIOS PRÁCTICOS A REALIZAR PARA LLEVARLO A LA VIDA COTIDIANA. ESCRIBE LAS CONCLUSIONES DE ESTOS EJERCICIOS EN TU CUADERNO.



a. La masturbación es una manera de auto gratificarse. ¿Por qué en tu caso buscas esa auto gratificación? Analiza por qué el mundo con los demás es tan poco acogedor para que sea necesario buscar formas de gratificarte que no te signifiquen salir de ti mismo.


Ya no soy esclavo de ese incómodo hábito, he atravesado por un proceso de crecimiento y modificación cognitiva que me ha llevado a salir de las adicciones sexuales y a no buscar en el sexo un mecanismo de relajación mental. La masturbación es un comportamiento egótico que aisla al individuo de la verdadera expresión de su ser y del amor recíproco, siempre he notado que la masturbación obedece a una maniobra infantil de autoprotección contra el sentimiento de soledad y decepción.

Los masturbadores compulsivos son personas con problemas de socialización y un notorio sentido de baja autoestima. A raíz de la prevalencia de mi enfermedad mental desarrollé fijación en la conducta sexual como un intento de escapar y contrarrestar mi tormentoso mundo obsesivo-compulsivo, hasta cierto punto la masturbación fue en mi vida una táctica de supervivencia, aunque nunca fue algo que realmente me gustase, incluso, luego de un tiempo, fue algo que aborrecí dado el malestar obsesivo que me generaba.



b. Relaciona tu respuesta con la frase del autor “la masturbación es un intento de hacer contacto ritual con el pene…..para contactarse con la masculinidad perdida.” ¿Tienes miedo a no lograr ser suficientemente masculino?


Esta frase no aplica a mi vida ya que no tengo ni he tenido conflictos con la masculinidad, así que la masturbación fue simplemente un instrumento de relajación y una maniobra de supervivencia en la lucha inconsciente contra el TOC.

Desde muy chico vi en la masturbación un medio para relajarme y olvidar por un momento los problemas mentales y emocionales que aminoraban mi capacidad de disfrutar de la vida., Nunca fui realmente un adicto a ese acto sexual solitario, no la practiqué en mi adolescencia de forma compulsiva ni con tanta frecuencia, era un acto que me resultaba agotador y me generaba muchos sentimientos de culpa debido a mis convicciones moralmente religiosas de aquel entonces.

Cuando me hice un poco más grande, caí en la adicción a la pornografía, y eso hizo que la masturbación estuviese ligada intrínsecamente a ella, pero, con el paso del tiempo, llegué a mirar mucha pornografía sin experimentar la necesidad de masturbarme en el acto.

Cuando se activó la obsesión del VIH terminé por perder todo interés real hacia la masturbación, pues la misma obsesión fue lo que directamente obró de forma positiva en este aspecto, pues la masturbación significaba eyaculación, y como sentía horror hacia mis propios fluidos corporales peligrosos (semen y sangre) debido al riesgo de posiblemente infectar con VIH a otras personas, pues prefería a toda costa jamás realizar el acto por más ganas que tuviese.

Además masturbarme era motivo de mayor estrés porque la cumpulsión inherente al TOC en su obesión VIH-lavado me obligaba a llevar a cabo rigurosos y extensivos rituales de limpieza y desinfección de las zonas involucradas con el semen, tenía que lavar todo el baño, usar diversos tipos de desinfectantes combinados para tener mayor certeza de haber destruido el VIH, lavar la ropa y sabanas que hubiesen estado presentes si el acto era realizado en la cama, o tenía que bañarme frenéticamente y lavarme las manos una y otra vez, ya que el miedo era abrumador y la necesidad de cero peligro era una constante vital.


De cierta forma el TOC me hizo perder el gusto por entregarme a la masturbación, así fuera ocasional, para mí masturbarme significaba en los meses pasados, exponer irresponsablemente a la muerte a las personas de mi familia o a mucha gente inocente que mi trastornado cerebro me mostraba.

Cuando supe con certeza que ya no era portador del virus del VIH, se reanimaron un poco los deseos masturbatorios, pero ya no tuvieron gran mella, sencillamente había perdido el interés y había desarrollado un engrama mental que me protegía de practicar ese acto conscientemente.

En este momento puedo masturbarme si así lo deseo, pues no tengo sentimientos de culpa que me atormenten, pero no tengo necesidad de ello, no me gusta la masturbación, nunca me gustó ni me gustará, además deploro toda forma de contacto sexual, el sexo me hace sentir animal, y esa sensación no me agrada.



c. Mientras lees este capítulo, marca cada frase que te hace sentir algo especial, puede ser rabia o pena o sentirte muy identificado y trata de comprender por qué te hizo sentir así.

La lectura del texto no me despertó sentimiento alguno, no me identifico en algo con Albert, sus problemas personales son muy distintos de los míos. No me llamó la atención el caso de Albert ya que poseo mucho conocimiento sobre ese tipo de problema de masculinidad.

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