Historias de personas homosexuales: ALBERT- EL PEQUEÑO NIÑO INTERIOR
Martes, 16 de diciembre de 2008
FICHAS DEL DOCUMENTO
4
FICHA 4.
1
1. TEMA DE LA FICHA: SANAR LA HOMOSEXUALIDAD
2. OBJETIVOS A CONSEGUIR:
a. Conocer el proceso terapéutico desde las historias de casos
b. Contactarse con la propia historia desde experiencias de otros.
3. DOCUMENTO A TRABAJAR:
DOCUMENTO Nº. 4 HISTORIA DE CASOS DE LA TERAPIA REPARATIVA, de Joseph Nicolosi.
CAPÍTULO: INTRODUCCION
1. ALBERT- EL PEQUEÑO NIÑO INTERIOR
Albert entró caminando con cautela
en mi despacho, parecía inseguro, como si no supiese por qué había
venido a verme. Me echó una rápida y tímida mirada, luego se ocupó con la vista
del Boulevard Ventura que aparecía tras
la ventana.
“Me alegro de
conocerle, Señor O’Connor.” Le invité a que se sentase en un sillón y se sentó
de forma dubitativa.
Me senté en la
silla enfrente de Albert y miré la cara pálida de un joven vestido con gusto,
regordete en cierta manera. Albert miró alrededor de la habitación y luego
comentó: “Me gustan sus plantas. Su oficina parece un jardín botánico.”
Siempre me encantó
el color verde. En las paredes de bosque verde colgaban pinturas clásicas
italianas de la época del alto Renacimiento. Encima del sofá hay un cuadro
delicado, de color ámbar suave de La Virgen y el Niño de da Vinci. Hay plantas
verdes exuberantes en macetas terracota italianas, que se elevan sobre las
cristaleras del cuadro hasta el techo. Dos estanterías macizas de libros
arqueadas de nogal oscuro dominan las paredes opuestas, cargadas celestialmente
con libros y con helechos puestos en macetas e hiedra que hacen cascada. Sabía
que Albert apreciaría el ambiente. Me había dicho por teléfono que trabajaba en
un vivero.
Sus siguientes
palabras fueron: “Se parece a mi habitación en casa –todo este verdor.” Sonrió
ligeramente. “Donde quiera que esté me gusta rodearme de plantas y flores.”
Albert hablaba en un tono ligeramente afeminado, con la cualidad triste de un
niño perdido.
“Una señora mayor
vino hoy al vivero con un helecho moribundo,” me decía. “‘No le está dando
bastante luz,’ le dije. Los helechos aman mucho la luz, así como la luz
indirecta del sol.’ Ella era tan sensible. Me encanta ayudar a la gente así.”
Una sonrisa satisfecha cruzó su cara. “Con frecuencia me he sentido como ese
helecho moribundo –que no ha sido cuidado correctamente.”
Sentí una fragilidad, casi una delicadeza, en Albert,
que parecía haberse quedado lejos atrás en su mundo de fantasía de la infancia.
Albert vivía todavía con sus padres en el mismo rancho de distribución
irregular de Malibú en la que había crecido. Su único hermano, un hermanastro
mayor, hacía tiempo que se había independizado de casa y casado.
Durante sus
primeras sesiones Albert estaba tranquilo, a veces mirándome con sus ojos
marrones sinceros como si no supiera qué decir. No fue hasta algunas semanas
más tarde cuando finalmente se sintió lo bastante cómodo como para revelar sus
intensos sentimientos sexuales. Albert se sentía como un niño pequeño atrapado
en el cuerpo de un hombre, además de atormentado por los deseos que no quería
reconocer. Mientras me decía su historia, la imagen del chico bueno se rompió y
sus palabras llegaban a ser más gráficas. Luego su voz se pondría chillona,
casi histérica.
Un día de lluvia
Albert empezó a hablar sobre un aspecto común de la experiencia homosexual, que
llamo alienación del cuerpo. La
mayoría de los homosexuales describen una fascinación excluida de sus cuerpos
más que la cómoda familiaridad que se ve con frecuencia en los hombres
heterosexuales. De hecho, es ese confort natural con sus cuerpos lo que a
menudo hace a los heterosexuales atractivos para los gays. La propia exclusión de Albert de su cuerpo
era extrema. Había sido educado en un hogar en el que el cuerpo masculino era
considerado vergonzoso y sucio.
Ese día se sentó
en su silla de forma casi desafiante, contando en su voz infantil: “Ha sido una
mala semana y he estado teniendo sentimientos extraños. Apenas he sido capaz de
tratarlos.” Añadió, con un tono de culpa en su voz: “Me he estado sintiendo
caliente.”
“¿Ha sido una mala
semana porque te has estado sintiendo caliente?”
“Sí. No he podido
dormir.” “He estado enfadado sin saber por qué.” Continuó. “Me doy cuenta ahora
de que mi reacción a cualquier sentimiento sexuales siempre el miedo y luego la
ira.”
“Tu ira es una
defensa contra el miedo, pero ¿miedo de qué? ¿Por qué te asustan los
sentimientos sexuales?”
“No lo sé.” Respondió
inútilmente. Entonces, “Tengo mucho conflicto –vergüenza- sobre algo físico,
sobre mí.
Asentí,
escuchando.
“Mi madre siempre
le daba una gran importancia a todo lo que tuviese que ver con el cuerpo.”
“¿De verdad?”
“Sí. Cuando era
pequeño, a ella le daba un ataque al corazón cuando yo perdía el control y me
orinaba en la cama o algo. Si me enfermaba, llamaba a todas las tías y tíos y
todo por tener un ataque de nervios. Y luego –realmente se volvió loca una vez
cuando me cogió en una especie de juego sexual con mi primo.”
“¿Qué sucedió?”
“Comenzó mi primo.
Me lo hizo durante todos esos años. Nunca consideré el sexo como molestia.
Nunca me di cuenta de que me estaba utilizando. De hecho, pensaba que era mi
mejor amigo.”
“¿Cuántos años
tenías cuando empezaste?” Pregunté.
“Alrededor de 9, y
mi primo 15. Era muy agresivo sexualmente. Siempre quería juguetear. Yo me
encontraba en ese lugar solitario en el que no estaba unido a nadie. Y,”
admitió, “Tendré que decir que estaba desesperado por que me quisieran. Ahora
tengo que perdonarme a mí mismo por aceptar sexo como amor. Le permití a mi
primo que me hiciese cosas que yo sentía que estaban mal y que odiaba. Lloraba
en mi interior pero seguía con el acto y le permitía hacer cualquier cosa que quisiera.”
Pregunté: “¿Con
qué frecuencia sucedía esto?”
“Muchas veces.
Cada vez que venía a la casa durante unos cuantos años.”
“¿Y qué hay de tus
padres? ¿No estaban allí?”
“No sé dónde
estaban. No tengo ni idea. Sólo me sentía desamparado todo el tiempo. Si no
continuaba con lo que mi primo quería, no lo habría tenido como amigo. Es un
manipulador nato. Desde que era pequeño me manipulaba para conseguir lo que
quería. Durante un largo tiempo continuaba con él externamente. Pero en mi
interior nunca lo quise. Incluso cuando pensaba que estaba consiguiendo amor,
lo que él me hacía me producía odio.”
Albert continuó.
“Finalmente, mi primo me dio de lado. Una o dos veces entré en el mismo tipo de
servidumbre sexual con otro chico en el Instituto, agradándole para que fuese
mi amigo. No sé por qué he dejado que los hombres me manipulen. Creo que porque
parecían aventureros y emocionantes y nos divertíamos después.” Albert estaba
hablando de esa cualidad de aventura masculina y de la pérdida de la diversión
de la vida del buen chico.
“¿Y qué hizo tu
madre cuando te cogió aquella vez con tu primo?”
“Me castigó… me
golpeó con un cinturón y me encerró durante un par de horas en el cuarto de
baño. Hasta este día, creo que por eso soy claustrofóbico. Ella decía que Dios
había destruido una ciudad entera debido a gente que hacía cosas como las que
yo hice.”
Albert
continuó. “Como decía, sólo he tenido
sexo un par de veces desde esos incidentes con mi primo. Cada vez, estaba de
acuerdo externamente con ello, pero interiormente lo odiaba. Pensaba: ‘No
quiero, duele.’ Luego, el momento siguiente pensaba: ‘Venga, no duele. Sólo
dolía cuando eras molestado siendo niño.’ Todavía me siento como un niño cuando
llega el sexo.”
Le expliqué a
Albert la teoría del impulso reparativo –que su juego de sexo cuando era niño
era un intento de explorar y asegurar su propia masculinidad por medio del
contacto con otros hombres. Como la mayoría de los hombres que entran a la
terapia reparativa. Albert sintió alivio y volvió a asegurarse para comprender
que su conducta homosexual era un intento de reparar la alienación que sentía
de su propia masculinidad.
Albert me había
descrito una infancia muy aislada. Había experimentado muy poco contacto con
otros chicos y ninguna afirmación de su masculinidad por parte ni de su madre
ni de su padre. Sintiéndose inadecuado como varón, había intentado encontrar
atención, afecto y aprobación (las tres Aes, como explicaba) por medio del
contacto homosexual. La vergüenza que su madre le expresó sólo profundizó su
sentido de alienación de lo masculino.
“Necesitas
sentirte más relajado y con más aceptación hacia tu cuerpo,” le dije.
“Lo sé,” dijo
Albert. “Siento como que estoy detrás del volante de un enorme camión pero no
tengo el carné de conducir. Me siento como un niño pequeño en el cuerpo de un
hombre.” Entonces su voz infantil chilló y subió de volumen. “Realmente es duro
para mí, muy duro. Siempre me he sentido tan culpable de la condena de Dios
cuando no me puedo controlar.”
“Has sentido que
tu cuerpo masculino no fue nunca aceptado por tus padres.”
“Siempre odié
afeitarme”, decía, “y odiaba estar caliente. De hecho, todavía lo hago.”
Como si estuviera
siendo escuchado y comprendido por primera vez en su vida, Albert expresaba
libremente sus frustraciones profundas y enterradas durante tanto tiempo.
“Cualquier función corporal parece un problema.” Sus palabras caían en un
repiqueteo brottle. “Todos los momentos simples en que mi cuerpo tiene que
hacer su cosa –se calienta –me siento muy tenso. Sé que voy a perder el control
y a masturbarme. Luego me da miedo que alguien lo averigüe. Siempre intento
forzarme a tener un orgasmo antes de ir de viaje. Tengo miedo de que si me
quedo en casa de un amigo o voy de camping con alguien, tenga una polución
nocturna. Me da pánico que alguien vea que mi cama esté mojada.
“Cuando voy al
cuarto de los hombres del vivero rezo para que no haya nadie. Finalmente camino
hacia el establo e intento orinar.”
“Te da vergüenza
orinar,” dije.
“¿Qué?” Me miró
sorprendido.
“Se llama
‘vergüenza de orinar’ cuando un hombre tiene problemas para orinar en un baño
público. Es una afirmación relacionada con ser homosexual.”
Se mantuvo en
silencio y luego dijo: “Me cae fatal ser una persona sexual que pueda sentirse
caliente y tener una erección. Peor todavía, eso pienso de tener sexo con
hombres.”
Luego preguntó
temblando: “¿Por qué merezco esta humillación, Dr. Nicolosi? ¿Qué crimen
cometí?”
“Tu ‘crimen’”,
dije, “fue tener un cuerpo masculino.”
“Me siento
humillado por mis sentimientos sexuales,” confesó. Luego un lamento, “Estoy
totalmente, totalmente, totalmente avergonzado de ellos.”
“La masturbación”,
dijo, “es mi forma de castigar a mis padres por no hablarme de sexo. Es mi
forma de recuperar a mi madre, a mi padre y a mi Iglesia por no permitirme ser
sexual.”
“Es una rebelión
contra el hecho de ser tratado como un ser neutro,” señalé. “Tu masturbación es
en verdad una aserción.”
“Sí,” dijo Albert,
con orgullo en su voz. “Es básicamente una actitud de ‘que te jodan’ sobre una
de las cosas más dolorosas de mi vida. Hace quince años que estoy en esta
batalla. Es una forma de decirle a mis padres: ‘Ustedes no supieron realmente o
no me quisieron varón así que tuve
que encontrar una forma de dejarme salir.’”
“Sabemos que los
homosexuales tienden a masturbarse con más frecuencia que los heterosexuales,”
le dije. “Es un intento de hacer contacto ritual con el pene… para conectar con
la masculinidad perdida.”
Albert asintió,
considerando eso. “Tengo tanto miedo dentro,” confesó. “Tengo miedo de ser
masculino, miedo de ser un hombre. Es este pensamiento el que me acosa: ‘¡Oh,
realmente no puedes hacerlo!’”
Sus hombros se
levantaron en un profundo suspiro de desánimo. “¿Para qué me estoy diciendo
todas estas cosas?”
“Es un guión que
sigues,” dije.
“¿Por qué la
sexualidad es agradable para los demás pero no O.K. para mí?” demandó. “¿Por
qué no puedo crecer como los demás?”
Se respondió de
forma tan precisa como pude haberlo hecho yo, diciendo: “Todavía no puedo
relacionarme con mi madre y mi padre como adulto. Todavía me siento como un
niño a su lado.”
Había oído estas
palabras bastante a menudo de mis pacientes homosexuales. “Puedo ser el buen
chico con mamá y papá pero no sé cómo ser un hombre con ellos.”
Mientras pasaban
los meses, Albert continuaba progresando de forma pequeña pero significativa.
Estaba dando pasos en la auto-aserción y no se torturaba tanto con la culpa por
sus sentimientos sexuales.
El caso de Albert
es un dramático ejemplo de un hombre que no podía aceptar sus esfuerzos
masculinos naturales. Sin embargo, muchos homosexuales describen una base
similar de ser tratados como el puro y buen chico desprovisto de sentimientos
sexuales. Generalmente esta falsa identidad se la da al chico su madre. El
padre –que sería la única fuente válida de identificación masculina –permanece
emocionalmente ausente, fracasando en intervenir o incluso en darse cuenta de
la influencia excesiva de su esposa.
Es bastante común
encontrar madres angustiadas en la base de hombres homosexuales. Estas madres
intrusas y que están en todo buscan lo mejor para sus hijos pero son incapaces
de reconocer y responder a sus necesidades auténticas.
“Recuerdo que mi
madre me decía cosas positivas pero yo sabía que no eran verdaderas. Una vez
mis sentimientos fueron heridos por algunos chicos jugando al kickball. Debía
tener como unos 8 años y era descuidado. Recuerdo que mamá me dijo: ‘Oh, tú no
necesitas a esos chicos. Eres demasiado bueno para ellos de todas formas.’”
Se reía con pesar.
“Su consolación me sentó bien pero incluso entonces sospeché que me estaba
mintiendo. Seguí con ello porque me hacía sentir bien.”
“¿Y cuál era la
mentira?”
“Que de alguna
manera yo era mejor que los demás chicos, que no necesitaba jugar con ellos.”
Aunque la madre de
Albert era ansiosa y demasiado implicada, paradójicamente era también
descuidada. Albert me dijo cómo cuando era niño, había tenido infecciones
crónicas de oído. En su ansiedad por hacer las cosas bien, su madre le había
sobre medicado con un suministro continuo de antibióticos. Como consecuencia,
desarrolló una reacción severa a la penicilina, que todavía hoy le causa
problemas.
Albert
reflexionaba: “Me doy cuenta de cuánta dignidad me arrebataron mis padres.”
Continuó con voz triste. “Sólo contigo me siento libre para sacar ese lado feo
que tengo.” Se calló y luego añadió en un tono desconcertante: “Es extraño.
Recientemente he comenzado a sentirme cada vez más distante de mis padres. Este
distanciamiento es muy pequeño. Porque a pesar de todo, todavía les quiero.”
“No, no es
pequeño,” le reaseguré. “Estás afrontando inquietudes importantes, enterradas
durante mucho tiempo. Finalmente estás echando una mirada honesta a tus padres
y de qué forma te afectaron. Tienes que volver atrás para hacer eso.”
Suspirando, con
apariencia de frustración: “Me gustaría poder verte todos los días durante un
mes para poder llevar esta lucha detrás de mí. Me gustaría tomar un mes
completo libre de mi trabajo y terminar con esta mierda.”
“No puedes darle
prisa al proceso de auto-aceptación,” le dije. “No es fácil cambiar la forma en
que nos vemos. Requiere trabajo, basado en un proceso gradual de pequeños
éxitos.”
Albert parecía no
estar de acuerdo. “Bien, al menos he conseguido algo de control sobre mi
masturbación compulsiva.” La batalla no es tanta como la que era.
“En una época
estuve en verdad más de un año sin masturbarme. Rezaba, caminaba millas, hacía
cualquier cosa que podía para sacar de mi mente las peticiones de mi cuerpo.
Sentí que la experiencia era muy humillante. Pero entonces comencé a perder el
control otra vez. Constantemente tenía fantasías homosexuales. Pensaba en sexo
durante todo el tiempo. Sexualizaba cualquier palabra que pudiera ser
sexualizada. Como cada vez que oía la palabra ‘ven’ pensaba en un orgasmo. Me
sentía muy asustado y por eso vine.”
Interrumpí.
“Aunque no lo hiciste durante un año, la masturbación todavía te controlaba. Si
quieres conseguir controlar esto, vas a tener que relajarte y ser más tolerante
contigo mismo.”
Resumió su
confesión. “Cuando me ponía fuera de control, solía hablar sucio. Podía
escribir las historias porno más asquerosas que puedas imaginar.” Se rió
tontamente. “Pornografía total.” Entonces añadió: “Era una reacción de odio.
Una reacción de furia. No era yo. Yo era siempre el pío San Francisco.” Sonrió
cínicamente. “El que cuidaba de los árboles y de las flores.”
Albert padecía
claramente una tendencia obsesivo-compulsiva. El permitirle expresar en la
terapia estos angustiosos “secretos sucios,” especialmente a otro hombre,
servía para difuminar su intensidad.
Decía,
apoderándose de nuevo de él la histeria: “¿Cómo puedo cambiar el estado de
confusión en el que me encuentro, cuando se supone que esta es la forma que
debo ser? El buen chico es lo que mis padres quieren. Sin embargo mi cuerpo me
lleva en una dirección diferente. Esto parece una contradicción empotrada.”
“Ciertamente estás
viviendo esa contradicción,” indiqué. “Estás intentando ser tanto el buen chico
como alguien que se masturba de forma
compulsiva.” Añadí: “Y estás intentando excluirte de tu propio género, como si
fueses esquizofrénico.”
Albert dijo
pensativamente: “Pienso que mucho de mi conducta es en respuesta a todo el abuso
que tuve cuando era niño. Sólo por ser un niño. Me acuerdo de pensar: ‘Dios
mío, puede que si fuese una chica, mis padres me querrían.’”
“¿Por qué te iban
a querer más si hubieses sido una chica?” Pregunté.
“No lo sé.”
Desconcierto en su voz. “Pero mi madre no podía controlar ciertamente que yo
fuese un chico. Con respecto a mi padre –no me habría querido menos de
cualquier forma, en verdad. Tenía muy poco que hacer conmigo. Cuando él se
implicaba, estaba haciendo algo con David, su hijo de su primer matrimonio.”
Albert se mantuvo
en silencio, luego trajo a colación otra barrera de su infancia: “Mi madre
mandaba en casa. Estaba encima de mí y de mi padre todo el tiempo. Veinticuatro
horas al día. Mi padre, como yo, estaba totalmente agotado por su dominación.
Dudo de que lo que él me dijese podría haber tenido efecto sobre mí.”
Su voz se elevó
otra vez al nivel de la histeria mientras decía: “¿Por qué no me acuerdo de
cosas que mi padre y yo hicimos juntos? ¿Por qué están estos recuerdos tan
enterrados, tan distantes?” Él mismo respondió: “Porque cualquier recuerdo de
mi padre es eclipsado por mi madre. Todo era dominado por ella. ..
Completamente en su poder.”
Luego, casi un
grito: “¿Por qué piensas que me siento sin tanto poder? Todavía estoy bajo su poder. Me vigila todos los
días, está al mando de todo.”
“Tienes toda la
razón,” dije.
De alguna manera
se calmó. Luego siguió con una voz más normal: “No es mi vida, es su vida la
que estoy llevando. No es un chiste. Todos los días surge algo en el que es algo de Mamá lo que decido que tengo que
hacer. Cuando estoy de pie en la cocina y me estoy comiendo una galleta, sé que
no debería dejar que las migajas caigan en el linóleo. ‘Las migajas atraerán a
las hormigas, Albert.’ Los pelos que están en el lavabo del baño tienen que
limpiarse con un pañuelo de papel. ‘Los niños buenos dejan el baño exactamente
igual que como lo encontraron, Albert.’ Estas cosas de Mamá me vienen constantemente.”
Así que por esto
era por lo que Albert se identificaba con las plantas que cuidaba. Trataba a
sus plantas de la misma forma en que deseaba
que se le tratase –gentil y
amablemente.
“Me doy cuenta de
que tengo que hacer una elección,” dijo Albert. Puedo elegir ser muy agradable
y superficial mientras estoy contigo aquí o puedo ser enormemente honesto y
utilizar este tiempo para mi recuperación.”
“Está bien,” le
dije. “La esencia de la terapia es recordar lentamente la herida. Luego
reclamar lentamente el verdadero yo del que la herida hizo que te excluyeses.”
“Desde que vengo
aquí,” dijo Albert, casi con enfado, “Me he sentido más como un niño pequeño,
más fuera de control y emocional. He llorado más en las últimas semanas que en
los últimos cinco años.”
Le expliqué que la
terapia saca afuera los sentimientos enterrados y que así es como debería ser.
“Últimamente he
estado en el punto en que dejo que mis emociones me dominen…. Gracias a ti,”
dijo Albert repentinamente.
No estaba seguro
si oía sarcasmo pero decidí no preguntárselo. “¿Cómo te sientes cuando lloras?”
Le pregunté.
“Avergonzado, por
supuesto. Cuando era un niño pequeño, hice una promesa de no llorar y que
siempre me atendría a ella.” Su voz sonaba a orgullo. “Pero este llorar viene
de verdad de lo profundo del interior. Viene de una herida real… una herida
profunda, como que fui arrancado muy pronto, separado de algo por lo que
todavía siento un anhelo profundo.”
“Todavía puedes
regresar a ese algo por el que sientes un profundo anhelo,” le dije.
“¿Cómo lo haré?”
“Por medio de la introspección,
luego por medio de las nuevas relaciones.”
“¿Nuevas
relaciones?”
“Sí, porque
solamente la comprensión intelectual no cambia realmente a la gente.”
“¿Qué lo hace?”
Preguntó Albert de forma pensativa.
“Las nuevas
experiencias cambian a la gente. Tú no estás todavía experimentando intimidad
no sexual con un hombre. Ese es el próximo desafío sobre el que debes
trabajar.”
Albert siempre aparecía regularmente para su hora.
Nunca llegaba un segundo tarde, como si considerase precioso cada momento. Un
día me dijo –en lo que se estaba convirtiendo un tono más firme, más asertivo-
“He empezado a realizar progresos mayores aquí. Grandes rayos de iluminación,
choques de consciencia. Puedo ver que he estado progresando.”
Un día anunció algo de lo que no me había hablado.
Dijo: “”Fue mi madre la que en verdad me animó a buscar la terapia. Ella veía
que estaba solo y que no era feliz, por lo que pensó que podría ayudarme el
hablar con alguien. No gano mucho dinero en el vivero, por lo que ella y mi padre
me dan dinero para poder venir.”
Estaba sorprendido. Ella no parecía una mujer que
quisiera que su hijo conociese más acerca de su verdadero yo. Por supuesto,
ella no sabía los temas reales que él estaba tratando.
“Eso es muy comprensible por parte de tus padres,”
dije.
“Realmente es mi madre,” corrigió. “Papá sólo sigue su decisión.”
Cuidadoso eso –como dicen en Hollywood- No hay cosa
igual a un almuerzo gratis. Pregunté: “¿Cómo te sientes sobre el que tus padres
te paguen la terapia?” Mi inquietud era
que Albert podría sentirse comprometido por su generosidad.
“¡Bien!” dijo enfáticamente. “Ellos me metieron en
este lío, así ¡que me saquen!”
Esto tenía sentido, dadas las circunstancias de
Albert. Aceptando su respuesta por el momento que era, hice una nota para estar
al acecho por cualquier intrusión de los padres.
“Recientemente me he visto mirando más a los hombres,”
me dijo Albert. “Mentalmente voy a ver muchos escaparates, lo que sólo me hace
sentir peor. Fui al paseo anoche y me sentí atraído por este tipo que vi, que
debe ser aproximadamente de mi edad –pero al mismo tiempo que sentía esta
atracción magnética hacia él sentía también esta necesidad de alejarme de él.”
“Creo que la razón por la que te encuentras mirando a
otros hombres,” dije, “es que todavía no tienes una imagen masculina apropiada
dentro de ti y así buscas esa imagen de masculinidad en el exterior.”
Albert asintió. “¡En mucho de la atracción se siente
curiosidad, sólo buscando saber cómo son los chicos!” Había sonido de
desesperación en su voz.
“¿Pero qué parte de ti se siente como separada
bruscamente?”
“La parte que
siente miedo de los hombres.” Oí la ambivalencia del mismo sexo de Albert, tan
característica de la condición homosexual. Incluso cuando erotizaba a los
hombres, se sentía incómodo a su alrededor.
Luego Albert parecía sentir la necesidad de huir de
una confrontación con su ambivalencia dolorosa. En vez de eso volvió a una
discusión de su infancia feliz. Decidí ir con ello.
“Me gustaría poder olvidar todos los conflictos de
sexo y adultez,” decía. “Me gustaría poder volver al amor que sentía tan
libremente cuando era un bebé y feliz
sólo de existir. Más tarde, las realidades de la vida convirtieron todo en una
pesadilla.”
“Exactamente, ¿qué fue lo que hizo que una existencia
tan feliz se volviese tan amarga?” Pregunté.
Siguiendo otro corto silencio dijo Albert: “Creo que
cuando perdí ese sentido profundo de vinculación con mi madre, empezó el miedo.
Cuando me emancipé de mi madre, no había identidad adulta en la que encajase.
Tenía este sentimiento de estar suspendido, abandonado.”
“De alguna forma, lo estabas. En un periodo crítico de
tu desarrollo –la fase de identidad de
género- tenías que individualizarte de tu madre y desarrollar una
identificación por medio de tu padre. Era tu padre el que personificaba las
peticiones del mundo exterior. Como decía Freud, el padre personifica el
Principio de la
Realidad. Pero nunca recibiste el apoyo necesario de él o de
cualquier otra figura masculina.”
De repente Albert cambió de tema, volviendo a retratar
el tema más agradable de su infancia de ensueño. “Solía dibujar mucho. Era un
buen artista. Todos los dibujos eran de cosas femeninas –rosas, pájaros de
colores, bailarinas de ballet en tutús.
Ningún soldado ni coche sino imágenes de belleza. Nunca dibujaba
hombres. No tenía una buena imagen de los hombres en mi cabeza. En verdad no
estaba seguro de qué debería parecer un hombre.
Si intentaba dibujar la Sagrada Familia el
niño parecía normal –con una cara de bebé genérica. Pero pasaba la mayor parte
del tiempo creando la
Bendita Madre. Los pliegues y dobleces de su capa, su pelo,
su nariz, sus labios. Intentaba crear con empeño la última y más bonita Virgen.
Cuando llegaba a San José, no tenía idea. Simplemente no podía dibujar su
cara.
Entonces, cuando tenía 11 o 12 años recuerdo intentar
dibujar cuadros pornográficos y sentirme muy insatisfecho porque no podía
capturar al hombre. Me molestaba porque dibujaba hombres que parecían
femeninos. Intentaba dibujar un cuadro pornográfico masculino pero siempre
terminaba pareciendo la
Virgen.”
Fingiendo un tono pío, dije: “Ciertamente a Dios le
agradaba más la Virgen
que la pornografía.”
“Probablemente.” Albert se rió. “Pero sabes, quizá sea
esta la razón por la que algunos gays sean diseñadores de moda femenina…
Todavía miran a sus madres como a la Virgen.” Añadió : “Mi madre siempre lograba
confundirme para decidir donde terminaba y empezaba.”
“Incluso ahora, cuando hablo con una cliente en el
vivero y conecto con ella… me siento como ella, igual que ella. Es como si
charlaran dos mujeres. Y no quiero eso.
Me recuerda cuando era adolescente y llevé a una amiga a Dairy Queen.
Por fuera parecía parecíamos novios pero en el interior sentía que éramos
iguales. ¡Ugh! ¡Odio eso! ¡Cuando vuelvo a pensar en ello, me disgusta!”
Estaba contento de oír a Albert describir su
desencanto, sabiendo que su individuación
de lo femenino estaba ahora bien en camino.
“Sabes”, dijo Albert, “Hay veces que quieres ser por
ti mismo. Por tu masculinidad.”
He estado intentando afianzar mi cuerpo, por lo que he
puesto pesas en el garaje donde hago ejercicio. Cuando estoy sudoroso, me quedo
en ropa interior. Así que mi madre entra entonces en la habitación y dice:
‘¡Oh, qué bien! ¡Hagamos ejercicio juntos!’”
“Le digo: ‘Pero yo no quiero que hagamos ejercicio
juntos.’ Allí estoy yo sudando y haciendo pesas en mis pantalones cortos de
jockey pero nada de eso parece desconcertarla.
Mamá y yo pertenecemos al mismo club de salud y ella quiere
que yo siga yendo con ella. Ella creció en una familia que estaba siempre
junta,” dijo Albert. “Esa es su interpretación de la forma en que las cosas
deberían estar- juntas.”
“Quizás deberías explicarte tú mismo a ella,” dije.
“Ella no fue nunca un joven. No sabe cómo te sientes.”
La queja de Albert sobre sus padres era bastante
típica de los homosexuales: cuando era niño, nunca consiguió bastante de su
padre pero tenía demasiado de la madre. Mientras que resentía la ausencia del
padre en su vida, resentía también el intrusismo e interferencia de la madre.
El padre nunca tuvo autoridad y la madre agotaba el poder que tenía. Le
exhorté: “Explícale a tu madre lo que estás intentando llevar a cabo por ti
mismo.”
En un tono de desánimo, Albert dijo: “”El problema
está en que no sé cómo decírselo.” Parecía desconcertado. “No creo que me oiga.
Siempre terminamos discutiendo.”
“Te saca tu energía,” comenté.
“Tú lo has dicho. Nadie puede agotar mi energía como
mi madre.”
Repetí: “Nadie puede quitarte tu energía masculina
como tu madre.”
Albert exhaló un fuerte suspiro, con tristeza en su
cara mientras se permitía explorar en sus pensamientos más ocultos.
Decidí intentarlo para una idea relacionada. “Y esta
es la razón por la que tienes miedo de intimar con las mujeres.”
“¿Lo es?” La voz de un niño sorprendido.
“Sí. Porque no confías en las mujeres. Tienes amigas
platónicas, pero cuando empiezas a sentirte más íntimo con una mujer, tienes
miedo de que pierdas el control sobre ella. Temes que ella te quite tu poder
personal como tu madre.”
Luego pregunté: “¿Puedes hablar con tu madre y decirle
cómo te sientes cuando estás con ella?”
“No me entiende,” dijo tranquilamente pero firmemente.
“Si intento explicarle mi necesidad de independencia, se sentirá rechazada e
insultada.”
“¿Hay algo de lo que te sientas preparado para
decirle?”
“Sobre los déficits, las necesidades.”
“Bien,” asentí. “Esa es la esencia del problema
homosexual, de todos modos. Habla con ella en términos de querer desarrollar un
sentido más sólido de tu masculinidad.”
Albert siguió hablando. “Durante las últimas dos
semanas he estado montando en bicicleta con Jack, un chico al que conocí en mi
club de bicicletas. Hacemos diez millas
en la autopista de la Costa
antes de ir al vivero.”
“Muy bien.
¿Este es un tipo con el que disfrutas de su compañía?”
“Sí. Me levanto por la mañana y no es como este
sentimiento débil, de sacarme de la cama. Me
gusta levantarme temprano, justo cuando empieza a amanecer y la brisa de la
costa es todavía fresco.”
“Jack y yo nos llevamos verdaderamente bien, y en gran
parte porque no me preocupo de lo que
piense de mí. Pero todavía soy siempre un poco tímido en montar en bicicleta. Me preocupa que alguien pudiese
estar mirándome y pensase: ‘¡Oh, ese tío es marica.’ A veces me da cierto miedo
de poder golpear una roca y caer sobre mi culo. Pero tan pronto como entro en
calor el pensamiento se desvanece. Me digo: ‘Piensa sólo en lo que estás
haciendo.’ Y cuando dejo de mirarme a mí mismo y dejo de pensar en lo que
parezco –me meto en ese sentimiento de poder.”
“Estás haciendo un buen progreso. Tienes fuego en tu
interior y el desafío ahora es mantenerlo encendido. Después de que consigas un
buen fuego encendido, empieza a arder hacia fuera si no pones otro tronco sobre
él.”
“El fuego es tu momento de desarrollo y los troncos
son nuevos desafíos. Un tronco será el desafío de hablar con tu madre. Todavía
otro puede ser hacer esos recorridos de larga distancia en bicicleta. Pero otro
tronco será mantener esas amistades masculinas. Esas son las cosas que
mantienen el fuego encendido.”
Pocos meses después Albert entró en mi oficina y habló
emocionado: “La última vez que te vi sucedió algo absolutamente increíble.” Su
voz era mucho más fuerte ahora. Incluso en su emoción, había perdido ese timbre
de histeria. Ya no evitaba encontrar mi mirada sino que se dirigía a mí
directamente.
“En la última sesión me sentí débil y solo. Creo que
sentía pena de mí mismo. Pero tú me las hiciste pasar negras. Me desafiaste y
tengo que admitir que me dolió. Luego, cuatro noches después, Steve, de nuestro
grupo, me llamó y también me las hizo pasar negras.”
“¿Sí?” Estaba gratamente sorprendido de que Steve
pudiese tener una intervención tan decisiva.
“Me iluminó. Cómo me daba una y otra vez. Dijo:
‘Realmente tienes que salir de ahí y luchar.’ Me dijo que dejase de quejarme y
que creciese. Me insultó y le dije: ‘¿Qué quieres decir? No puedo creerte,
Steve.’ Pero continuó: ‘Estás teniendo la mayor fiesta de pena por Albert
O’Connor. ¿No recuerdas ese libro de van den Aardweg? Deja de joderte tan
seriamente. Si quieres salir de esa autocompasión, primero exagérala, luego
ríete de ella.’ Lo que me dijo Steve me dolió.
Suspiró. “Luego bastante seguro, después de que colgué
me sentí verdaderamente deprimido. Me sentía traicionado. Había conseguido una
maldición doble. Primero tú, luego él.
Pensé: ‘¡Mierda!’ Luego empecé a pensar. Steve tenía razón. Los dos la
tienen. Ustedes están diciendo lo mismo.”
“Y desde entonces cuando siento que viene la
autocompasión, la apago hasta una proporción casi ridícula a propósito y luego
me río de mi culo.”
Continuó: “Te he dicho que he tenido muy pocas
tentaciones recientemente de entrar en esos maratones de masturbación
compulsiva. Realmente estoy empezando a comprender ahora de qué va todo.”
“Están pasando cosas.” Estaba encantado con su
progreso. “¡Es increíble, tan liberador! Me siento vivo por primera vez en mi
vida.”
Albert continuó luego hablándome de su club de
bicicletas. Dijo: “Sentí una clase de debilidad al principio al lado de
aquellos corredores de larga distancia, pero seguí con ello. La pasada semana
me di cuenta de esta chica que encontraba en uno de los clubs de ciclistas. No
es una belleza extraordinaria por ningún medio –tiene granos en su cara. Pero
había algo de su personalidad que me atraía. No era sexual pero por primera vez
no me sentí como una de las chicas. Me sentí como yo mismo, a mi forma.”
Recordar sus sentimientos sobre la chica le llevó a
asociaciones sobre su cuerpo y continuó. “Incluso ahora, sentado aquí, no
siento timidez por mi cuerpo.”
“¿Por qué?” Pregunté.
“En este mismo momento me siento a gusto haciendo
cualquier cosa con mis manos.” Agitó su mano derecha en el aire, luego
preguntó: “¿Es el movimiento de mi mano un movimiento amanerado… sabes,
afeminado? De cualquier forma, no me molesta, como quiera que lo llames.”
“Es sólo algo que se mueve –una mano,” dije. Luego
añadí: “Te está pasando mucho sostén bueno.”
Por primera vez en la sesión parecía preocupado. Dijo:
Pero por supuesto, me has visto así de animado antes y luego me has visto
derrumbarme.”
“Sí,” dije. “Así que si te derrumbas, ¿qué? Puede
haber muchas caídas pero eso no es importante. Lo que es importante es aprender
de tus caídas y reducir tu tiempo de recuperación.”
“¿Qué quieres decir con ‘tiempo de recuperación’?”
Expliqué: “Es el tiempo entre la caída y tu vuelta al
ímpetu. Rechazar revolcarse en
auto-derrota es esencial.”
Cuando estoy en ese ímpetu, siento como que he sido
liberado.” Parecía más feliz. “Sólo estar aquí, siento que soy el verdadero
yo.”
“Este es el
tú real.” Dije. “El tú que es espontáneo, igual, que habla francamente,
directamente y en intimidad con otro hombre. El tú que no necesita romantizar o
envidiar a los demás hombres.”
Pensé: “Poco a poco Albert se está liberando.”
En la sesión siguiente Albert sacó a colación un tema
importante. Nada más sentarse, me dijo: “Recuerdo que mi madre siempre estaba
realmente tensa, nerviosa, ansiosa –especialmente por mi salud. En verdad
estaba obsesionada. En parte porque cuando ella era niña su propia salud era
bastante frágil.”
“Mi madre tuvo dolores de cabeza realmente malos
cuando era niña. Creo que me transmitió
el pánico que sentía por esos dolores de cabeza. Cuando era niño tenía dolores
de estómago muy malos. A ella le daban
pánico. Era como el fin del mundo cuando esos dolores de estómago golpeaban.
Ella siempre me servía gaseosa de jengibre
o té y me dejaba en casa sin colegio durante una semana.”
“Cualquier resfriado era exagerado fuera de proporción
en este enorme horror. Mi madre nunca veía las enfermedades ni los dolores como
naturales. Era como si nuestra familia hubiera cometido algún crimen espantoso
y estaba siendo castigada por ello con la enfermedad. Creo que por esto el
montar en bicicleta es tan importante para mí. Quiero presionar contra la
imagen de este cuerpo frágil.”
“Cuando experimentaba el éxito era como caminar en una
cuerda floja. Sabía que podía caer en cualquier minuto, por lo que no lo
disfrutaba. Mi madre siempre me recordaba que podría terminar sobre mi culo,
por lo que nunca me sentía bien ni feliz ni emocionado.”
La predicación de no ganar de Albert me recordó la significación del
concepto de poder intrínseco de la Dra. Althea Horner, que define con el motu:
“Soy”, “Puedo” y “Lo haré.” El valor de este poder de uno es transmitido por
los padres. El sentido del poder del chico está esencialmente unido a su
masculinidad. Es por medio de su masculinidad como descubre este poder
intrínseco. Así que si no se siente
completamente masculino, siempre se sentirá de alguna manera sin poder.
Albert dijo: “No
sólo me he estado levantando temprano para montar en bicicleta sino que hoy
tenía el deseo de salir y jugar al baloncesto. Nunca antes lo hice cuando era
niño. Después de todos estos años
todavía quería tener el sentimiento de ese balón en mi mano y cómo se siente al
meterlo en la canasta. No me importaba si parecía un amateur.”
Señalé: “Sabemos
que esa transformación genuina está
sucediendo cuando descubrimos muchas manifestaciones pequeñas de cambio. Todas
juntas señalan a una cosa –que algo está cambiando verdaderamente. Realmente está sucediendo algo dentro de ti.”
“Oigo decir a la
gente que los homosexuales no deberían intentar cambiar.” Dijo Albert, con
irritación en su voz. “Que un homosexual tiene que seguir sus sentimientos,
tanto si le gustan como si no.” Su tono se hace inflexible. “¿Pero quiénes son
los que dicen que no deberían intentar
cambiar? Nunca me sentí bien viviendo de
la vieja forma. Poco a poco me estoy convirtiendo en una persona diferente.
Finalmente estoy llegando a ser yo mismo.”
El día que Albert
dejó la terapia fue casi a los tres años del día que había entrado por primera
vez en mi despacho. Su discurso era mucho más seguro. El ataque de histeria
ocasional había desaparecido. Sonreía
con más frecuencia y hablaba de que un día poseería su propio vivero.
Algunas madres,
como las de Albert, llegan a invertir tanto en que los hijos estén disponibles
para ellas, que tiene el coste de la individuación masculina del chico. Están
tan atrapadas en sus propias necesidades narcisistas que nunca ven las propias
necesidades de sus hijos. Robert Bly ha dicho: “Las mujeres hacen a los chicos
pero sólo los hombres hacen a los hombres.”
No ha habido hombre que haga a Albert porque su padre no había sido lo
bastante fuerte como para interrumpir la relación insana de madre-hijo. Albert había tenido que sobrevivir
emocionalmente con un padre que no sabía cómo relacionarse con él. Para
hacerlo, había desarrollado una exclusión auto-protectora de los hombres. Creado por el psicoanalista británico John
Bowlby, el término exclusión defensiva fue
adaptado a la homosexualidad por la psicóloga Elizabeth Moberly. Describe la
maniobra autoprotectora infantil, de un
niño contra la herida emocional.
La relación
dolorosa de Albert con su padre tuvo como consecuencia una exclusión defensiva.
El trauma (por medio del abandono, abuso u hostilidad) crea miedo, que es la
base de la alienación. Cuando estamos impresionados por el miedo, permanecemos
alienados de los que lo han causado. La exclusión defensiva de Albert fue
transferida a su relación con otros varones. Distanciado emocionalmente de los
varones y de la masculinidad, los romantizaba. Representaban la parte de sí
mismo que no había reivindicado.
Aunque se enamora
de otros hombres y tiene intimidad sexual con ellos, el homosexual nunca se
permite identificarse con la masculinidad. La admira, la romantiza e incluso
puede vivir el rol masculino de forma superficial pero ahí queda una
resistencia interna a reivindicar su identidad masculina completa. Esta
resistencia de la exclusión defensiva emerge en las relaciones masculinas en
forma de crítica, encuentro de culpas y promiscuidad. El homosexual puede amar a otros hombres pero
existe también hostilidad y miedo de ellos. Así sus relaciones con los hombres
son invariablemente ambivalentes.
Sólo en relaciones
masculinas de larga duración, íntimas, de aceptación, honestas y no sexuales,
el homosexual puede comenzar a resolver la exclusión defensiva que produce esta
ambivalencia del mismo sexo. Albert había comenzado a solucionar esta exclusión
a través de relaciones con muchos hombres: yo mismo, los hombres del trabajo y
los hombres del grupo.
Cada uno de
nosotros, hombre y mujer, es conducido por el poder del amor romántico. Es una
de las formas de la naturaleza de asegurar que perdure la raza humana. Las
infatuaciones ganan su poder de nuestro impulso inconsciente para llegar a ser
un ser humano completo. En los heterosexuales este fuerte impulso une al hombre
y a la mujer por medio del deseo mutuo. Pero en los homosexuales el impulso es
un intento de satisfacer un déficit en la totalidad del género original. Así,
dos hombres nunca pueden comprenderse mutuamente de una forma completa y
abierta. No sólo existe una inadaptación anatómica natural sino una
insuficiencia psicológica inherente. Los dos amantes llegan a la relación con
el mismo déficit, buscando simbólicamente completar su género original.
Alrededor de un
año después, Albert me llamó por teléfono para una puesta a punto, como le
llamamos. Desde su terminación, se había unido a un grupo de apoyo de ex-gays,
que me dijo que le había servido de gran ayuda.
Con este grupo, había continuado explorando las relaciones pasadas con
sus padres para comprender su impacto que sigue en su vida.
Albert me habló de una amiga, Helene, a quién había
conocido en el vivero. “Ella ama las violetas africanas,” me dijo con
entusiasmo. Habían estado saliendo continuamente durante seis meses.
Antes de que
pudiera preguntar, Albert dijo: “Sí, ella sabe todo de todo.” Describió a
Helene como “la mejor amiga que he tenido en mi vida. Puedo decirle todo lo que
pasa por mi mente y ahí está ella apoyándome.” Él dijo que su relación era
“física pero todavía no sexual.”
La descripción de
Albert de sus sentimientos hacia Helene no era inusual para un hombre con una
base homosexual. Es común para esos hombres proceder lentamente hacia la
intimidad sexual con una mujer. Sus
relaciones se desarrollan con frecuencia
en tres fases –amistad, luego afecto y luego expresión de ese afecto por
medio de la sexualidad. Esto está en contraste con el hombre heterosexual, que
primero se siente atraído sexualmente por la mujer y luego llega a conocerla
como amiga.
Muchos hombres con
base homosexual esperan encontrarse atraídos por las mujeres de la misma forma
que los heterosexuales. Sin embargo, su acercamiento a las mujeres puede ser
siempre diferente. Los hombres ex-gays necesitan estar seguros de eso por su
historia, pueden tomar un diferente camino –amistad primero, sexo después –para
el mismo objetivo.
Sobre sus
atracciones homosexuales, Albert dijo: “Es muy diferente de lo que ha sido en
el pasado. Ahora, gracias a Helene, he hecho mi objetivo reivindicar
completamente la heterosexualidad que nunca desarrollé. Y me siento responsable en nuestra relación…
ya no soy sólo yo sino que somos Helene y yo. Y por tanto, cuando aparecen esas
viejas atracciones, digo: ‘¿Qué pasa aquí?’ Luego puedo seguir la pista a esos
sentimientos hacia otros hombres a sentimientos sobre mí mismo, tales como
‘Tengo miedo’, ‘Estoy estresado,’ o cualquiera.”
Continuando,
Albert me dijo: “Comprendo estas atracciones como que representan algo que no
recibí cuando era niño- algo que merecía. Y estoy consiguiendo cada vez más lo
que necesito por medio de mi grupo de apoyo y abriéndome a los demás hombres,
que ha sido una cosa maravillosa para mí.”
Luego pregunté:
“¿Significa esto que tus atracciones no se han ido completamente?”
En un tono
inusualmente decisivo respondió Albert: “Creo que siempre pueden volver, ahora
y luego- justo por la profundidad de la pérdida. Veo mi crecimiento como un
proceso continuo. Conseguir amor y apoyo de Helene y de los hombres de mi grupo
de apoyo hace toda la diferencia.”
Mientras
hablaba, Albert parecía comprender por fin el concepto del falso yo –la
estructura de identidad que yace tras la etiqueta del yo gay. “Sigo
comprendiendo mi educación y sus efectos sobre mí en el presente. Los mensajes
que recibía cuando era niño eran: ‘Eres débil, no eres macho, no eres nada.’ En
la adolescencia se trasladó a ‘Debes ser gay.’ Ahora estoy rechazando esa falsa
identidad que otros intentaron imponerme- una identidad que otros me hicieron
creer que era yo. No. No soy gay. Ahora estoy determinado a ser el hombre que quiero ser –no a
enamorarme de él.”
4. ARTÍCULO FUNDAMENTAL A LEER PARA
PROFUNDIZAR ESTE TEMA.
a. Ninguno.
5. PREGUNTAS A REFLEXIONAR, TRABAJAR Y RESPONDER EN EL CUADERNO DE TRABAJO EN TORNO A TODO LO LEÍDO:
a. Escribe las ideas fundamentales que has encontrado en este capítulo.
- La mayoría de los homosexuales describen una fascinación excluida de sus cuerpos más que la cómoda familiaridad que se ve con frecuencia en los hombres heterosexuales. De hecho, es ese confort natural con sus cuerpos lo que a menudo hace que los heterosexuales sean atractivos para los gays.
- Muchos homosexuales describen una base similar de ser tratados como el puro y buen chico desprovisto de sentimientos sexuales. Generalmente esta falsa identidad se la da al chico su madre. El padre –que sería la única fuente válida de identificación masculina –permanece emocionalmente ausente, fracasando en intervenir o incluso en darse cuenta de la influencia excesiva de su esposa.
- Algunas madres llegan a invertir tanto en que los hijos estén disponibles para ellas, que esto tiene el coste de la individuación masculina del chico. Están tan atrapadas en sus propias necesidades narcisistas que nunca ven las propias necesidades de sus hijos. Robert Bly ha dicho: “Las mujeres hacen a los chicos pero sólo los hombres hacen a los hombres.”
- Es común para los hombres con una base homosexual proceder lentamente hacia la intimidad sexual con una mujer. Sus relaciones se desarrollan con frecuencia en tres fases –amistad, luego afecto y posteriormente expresión de ese afecto por medio de la sexualidad. Esto está en contraste con el hombre heterosexual, que primero se siente atraído sexualmente por la mujer y luego llega a conocerla como amiga.
b. ¿Tu cuerpo de
hombre es aceptado por ti?
Si, completamente. Me gusta mucho mi cuerpo masculino, soy feliz de ser un hombre.
¿Sientes que lo fue por tus padres?
Si, completamente, mi mamá siempre ha reconocido y valorado mi masculinidad, ella me ve y me trata como el gran hombre que soy.
c. ¿Tu madre asumió realmente que eras un hombre adulto con derechos de hombre en relación a tu privacidad e independencia?
Si, desde muy chico asumí actitudes de adulto que hicieron ver a mi madre que era necesario darme el trato que merecía ese sentido de madurez que había desarrollado tan precozmente. Durante la adolescencia mi madre estuvo involucrada en mi vida como toda buena madre, pero me otorgó muchísima libertad para actuar y decidir sin solicitar su consentimiento, para ella yo siempre fui un joven muy inteligente y adulto que no necesitaba que le explicaran cómo vivir de la mejor manera y cómo tomar las decisiones más adecuadas.
Mi madre nunca se involucró en mi vida sin mi permiso, no había necesidad ya que yo era el "hijo perfecto" que nunca se equivocaba y que jamás hacia algo indebido o estúpido. Jamás le di problemas a mi mamá, pues toda la gente me admiraba y la felicitaba por tener un hijo tan maravilloso como yo.
Actualmente le he demostrado que no soy la suma de las perfecciones, que cometo errores y que tengo debilidades como todo el mundo, pienso que ella ya no me idealiza tanto, pero continúa sintiéndose muy orgullosa de mi, y muy feliz de ser mi madre.
d. ¿Crees que tu padre te ve como un hombre?
No aplica.
Si, completamente. Me gusta mucho mi cuerpo masculino, soy feliz de ser un hombre.
¿Sientes que lo fue por tus padres?
Si, completamente, mi mamá siempre ha reconocido y valorado mi masculinidad, ella me ve y me trata como el gran hombre que soy.
c. ¿Tu madre asumió realmente que eras un hombre adulto con derechos de hombre en relación a tu privacidad e independencia?
Si, desde muy chico asumí actitudes de adulto que hicieron ver a mi madre que era necesario darme el trato que merecía ese sentido de madurez que había desarrollado tan precozmente. Durante la adolescencia mi madre estuvo involucrada en mi vida como toda buena madre, pero me otorgó muchísima libertad para actuar y decidir sin solicitar su consentimiento, para ella yo siempre fui un joven muy inteligente y adulto que no necesitaba que le explicaran cómo vivir de la mejor manera y cómo tomar las decisiones más adecuadas.
Mi madre nunca se involucró en mi vida sin mi permiso, no había necesidad ya que yo era el "hijo perfecto" que nunca se equivocaba y que jamás hacia algo indebido o estúpido. Jamás le di problemas a mi mamá, pues toda la gente me admiraba y la felicitaba por tener un hijo tan maravilloso como yo.
Actualmente le he demostrado que no soy la suma de las perfecciones, que cometo errores y que tengo debilidades como todo el mundo, pienso que ella ya no me idealiza tanto, pero continúa sintiéndose muy orgullosa de mi, y muy feliz de ser mi madre.
d. ¿Crees que tu padre te ve como un hombre?
No aplica.
e. ¿Tú te sientes un adulto con tus
padres?
Completamente, jamás me he sentido como un niño, al contrario, muchas veces he deseado no ser tan mentalmente adulto.
f. ¿Has sentido en algún momento de la terapia que estás peor que cuando iniciaste este camino?
No, nunca, siempre he sido consciente que el pasar del tiempo se ha encargado de mostrarme cumplidamente los grandes logros y metas que he alcanzado en mi formidable trabajo terapéutico. A cada paso que he dado he alcanzado más curación, claridad, madurez y sabiduría.
g. ¿Qué está pasando actualmente en tu vida y qué sientes y piensas sobre lo que estás viviendo?
En este momento estoy logrando las metas inmediatas más importantes de mi vida que son la curación completa de mi enfermedad mental (el TOC), la liberación de mi mente, la recuperación del control de mi voluntad, la reactivación del mecanismo creador y la activación de mi verdadera inteligencia y capacidad cerebral.
Una vez logre dar este importante paso proseguiré con la conquista de otros retos más desafiantes y tras los objetivos más excitantes que he determinado alcanzar en la vida, en tiempos futuros aparecerán más y más objetivos.
Estoy muy contento, más feliz que antes, finalmente se están haciendo realidad mis sueños y estoy logrando adquirir la tan ansiada personalidad del éxito.
Completamente, jamás me he sentido como un niño, al contrario, muchas veces he deseado no ser tan mentalmente adulto.
f. ¿Has sentido en algún momento de la terapia que estás peor que cuando iniciaste este camino?
No, nunca, siempre he sido consciente que el pasar del tiempo se ha encargado de mostrarme cumplidamente los grandes logros y metas que he alcanzado en mi formidable trabajo terapéutico. A cada paso que he dado he alcanzado más curación, claridad, madurez y sabiduría.
g. ¿Qué está pasando actualmente en tu vida y qué sientes y piensas sobre lo que estás viviendo?
En este momento estoy logrando las metas inmediatas más importantes de mi vida que son la curación completa de mi enfermedad mental (el TOC), la liberación de mi mente, la recuperación del control de mi voluntad, la reactivación del mecanismo creador y la activación de mi verdadera inteligencia y capacidad cerebral.
Una vez logre dar este importante paso proseguiré con la conquista de otros retos más desafiantes y tras los objetivos más excitantes que he determinado alcanzar en la vida, en tiempos futuros aparecerán más y más objetivos.
Estoy muy contento, más feliz que antes, finalmente se están haciendo realidad mis sueños y estoy logrando adquirir la tan ansiada personalidad del éxito.
6. PROPUESTA DE EJERCICIOS PRÁCTICOS
A REALIZAR PARA LLEVARLO A LA VIDA COTIDIANA. ESCRIBE LAS CONCLUSIONES DE ESTOS
EJERCICIOS EN TU CUADERNO.
a. La masturbación es una manera de auto gratificarse. ¿Por qué en tu caso buscas esa auto gratificación? Analiza por qué el mundo con los demás es tan poco acogedor para que sea necesario buscar formas de gratificarte que no te signifiquen salir de ti mismo.
Ya no soy esclavo de ese incómodo hábito, he atravesado por un proceso de crecimiento y modificación cognitiva que me ha llevado a salir de las adicciones sexuales y a no buscar en el sexo un mecanismo de relajación mental. La masturbación es un comportamiento egótico que aisla al individuo de la verdadera expresión de su ser y del amor recíproco, siempre he notado que la masturbación obedece a una maniobra infantil de autoprotección contra el sentimiento de soledad y decepción.
Los masturbadores compulsivos son personas con problemas de socialización y un notorio sentido de baja autoestima. A raíz de la prevalencia de mi enfermedad mental desarrollé fijación en la conducta sexual como un intento de escapar y contrarrestar mi tormentoso mundo obsesivo-compulsivo, hasta cierto punto la masturbación fue en mi vida una táctica de supervivencia, aunque nunca fue algo que realmente me gustase, incluso, luego de un tiempo, fue algo que aborrecí dado el malestar obsesivo que me generaba.
a. La masturbación es una manera de auto gratificarse. ¿Por qué en tu caso buscas esa auto gratificación? Analiza por qué el mundo con los demás es tan poco acogedor para que sea necesario buscar formas de gratificarte que no te signifiquen salir de ti mismo.
Ya no soy esclavo de ese incómodo hábito, he atravesado por un proceso de crecimiento y modificación cognitiva que me ha llevado a salir de las adicciones sexuales y a no buscar en el sexo un mecanismo de relajación mental. La masturbación es un comportamiento egótico que aisla al individuo de la verdadera expresión de su ser y del amor recíproco, siempre he notado que la masturbación obedece a una maniobra infantil de autoprotección contra el sentimiento de soledad y decepción.
Los masturbadores compulsivos son personas con problemas de socialización y un notorio sentido de baja autoestima. A raíz de la prevalencia de mi enfermedad mental desarrollé fijación en la conducta sexual como un intento de escapar y contrarrestar mi tormentoso mundo obsesivo-compulsivo, hasta cierto punto la masturbación fue en mi vida una táctica de supervivencia, aunque nunca fue algo que realmente me gustase, incluso, luego de un tiempo, fue algo que aborrecí dado el malestar obsesivo que me generaba.
b. Relaciona tu respuesta con la frase del autor “la
masturbación es un intento de hacer contacto ritual con el pene…..para
contactarse con la masculinidad perdida.” ¿Tienes miedo a no lograr ser
suficientemente masculino?
Esta frase no aplica a mi vida ya que no tengo ni he tenido conflictos con la masculinidad, así que la masturbación fue simplemente un instrumento de relajación y una maniobra de supervivencia en la lucha inconsciente contra el TOC.
Desde muy chico vi en la masturbación un medio para relajarme y olvidar por un momento los problemas mentales y emocionales que aminoraban mi capacidad de disfrutar de la vida., Nunca fui realmente un adicto a ese acto sexual solitario, no la practiqué en mi adolescencia de forma compulsiva ni con tanta frecuencia, era un acto que me resultaba agotador y me generaba muchos sentimientos de culpa debido a mis convicciones moralmente religiosas de aquel entonces.
Cuando me hice un poco más grande, caí en la adicción a la pornografía, y eso hizo que la masturbación estuviese ligada intrínsecamente a ella, pero, con el paso del tiempo, llegué a mirar mucha pornografía sin experimentar la necesidad de masturbarme en el acto.
Cuando se activó la obsesión del VIH terminé por perder todo interés real hacia la masturbación, pues la misma obsesión fue lo que directamente obró de forma positiva en este aspecto, pues la masturbación significaba eyaculación, y como sentía horror hacia mis propios fluidos corporales peligrosos (semen y sangre) debido al riesgo de posiblemente infectar con VIH a otras personas, pues prefería a toda costa jamás realizar el acto por más ganas que tuviese.
Además masturbarme era motivo de mayor estrés porque la cumpulsión inherente al TOC en su obesión VIH-lavado me obligaba a llevar a cabo rigurosos y extensivos rituales de limpieza y desinfección de las zonas involucradas con el semen, tenía que lavar todo el baño, usar diversos tipos de desinfectantes combinados para tener mayor certeza de haber destruido el VIH, lavar la ropa y sabanas que hubiesen estado presentes si el acto era realizado en la cama, o tenía que bañarme frenéticamente y lavarme las manos una y otra vez, ya que el miedo era abrumador y la necesidad de cero peligro era una constante vital.
De cierta forma el TOC me hizo perder el gusto por entregarme a la masturbación, así fuera ocasional, para mí masturbarme significaba en los meses pasados, exponer irresponsablemente a la muerte a las personas de mi familia o a mucha gente inocente que mi trastornado cerebro me mostraba.
Cuando supe con certeza que ya no era portador del virus del VIH, se reanimaron un poco los deseos masturbatorios, pero ya no tuvieron gran mella, sencillamente había perdido el interés y había desarrollado un engrama mental que me protegía de practicar ese acto conscientemente.
En este momento puedo masturbarme si así lo deseo, pues no tengo sentimientos de culpa que me atormenten, pero no tengo necesidad de ello, no me gusta la masturbación, nunca me gustó ni me gustará, además deploro toda forma de contacto sexual, el sexo me hace sentir animal, y esa sensación no me agrada.
c. Mientras lees este capítulo, marca cada frase que te hace sentir algo especial, puede ser rabia o pena o sentirte muy identificado y trata de comprender por qué te hizo sentir así.
La lectura del texto no me despertó sentimiento alguno, no me identifico en algo con Albert, sus problemas personales son muy distintos de los míos. No me llamó la atención el caso de Albert ya que poseo mucho conocimiento sobre ese tipo de problema de masculinidad.
Esta frase no aplica a mi vida ya que no tengo ni he tenido conflictos con la masculinidad, así que la masturbación fue simplemente un instrumento de relajación y una maniobra de supervivencia en la lucha inconsciente contra el TOC.
Desde muy chico vi en la masturbación un medio para relajarme y olvidar por un momento los problemas mentales y emocionales que aminoraban mi capacidad de disfrutar de la vida., Nunca fui realmente un adicto a ese acto sexual solitario, no la practiqué en mi adolescencia de forma compulsiva ni con tanta frecuencia, era un acto que me resultaba agotador y me generaba muchos sentimientos de culpa debido a mis convicciones moralmente religiosas de aquel entonces.
Cuando me hice un poco más grande, caí en la adicción a la pornografía, y eso hizo que la masturbación estuviese ligada intrínsecamente a ella, pero, con el paso del tiempo, llegué a mirar mucha pornografía sin experimentar la necesidad de masturbarme en el acto.
Cuando se activó la obsesión del VIH terminé por perder todo interés real hacia la masturbación, pues la misma obsesión fue lo que directamente obró de forma positiva en este aspecto, pues la masturbación significaba eyaculación, y como sentía horror hacia mis propios fluidos corporales peligrosos (semen y sangre) debido al riesgo de posiblemente infectar con VIH a otras personas, pues prefería a toda costa jamás realizar el acto por más ganas que tuviese.
Además masturbarme era motivo de mayor estrés porque la cumpulsión inherente al TOC en su obesión VIH-lavado me obligaba a llevar a cabo rigurosos y extensivos rituales de limpieza y desinfección de las zonas involucradas con el semen, tenía que lavar todo el baño, usar diversos tipos de desinfectantes combinados para tener mayor certeza de haber destruido el VIH, lavar la ropa y sabanas que hubiesen estado presentes si el acto era realizado en la cama, o tenía que bañarme frenéticamente y lavarme las manos una y otra vez, ya que el miedo era abrumador y la necesidad de cero peligro era una constante vital.
De cierta forma el TOC me hizo perder el gusto por entregarme a la masturbación, así fuera ocasional, para mí masturbarme significaba en los meses pasados, exponer irresponsablemente a la muerte a las personas de mi familia o a mucha gente inocente que mi trastornado cerebro me mostraba.
Cuando supe con certeza que ya no era portador del virus del VIH, se reanimaron un poco los deseos masturbatorios, pero ya no tuvieron gran mella, sencillamente había perdido el interés y había desarrollado un engrama mental que me protegía de practicar ese acto conscientemente.
En este momento puedo masturbarme si así lo deseo, pues no tengo sentimientos de culpa que me atormenten, pero no tengo necesidad de ello, no me gusta la masturbación, nunca me gustó ni me gustará, además deploro toda forma de contacto sexual, el sexo me hace sentir animal, y esa sensación no me agrada.
c. Mientras lees este capítulo, marca cada frase que te hace sentir algo especial, puede ser rabia o pena o sentirte muy identificado y trata de comprender por qué te hizo sentir así.
La lectura del texto no me despertó sentimiento alguno, no me identifico en algo con Albert, sus problemas personales son muy distintos de los míos. No me llamó la atención el caso de Albert ya que poseo mucho conocimiento sobre ese tipo de problema de masculinidad.
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